Coctelera

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El Nacional, en su edición dominical, muestra una historia que me llama mucho la atención: la virtual paralización temporal de zonas de construcción del Metro de Santo Domingo, debido a la falta de trabajadores haitianos. Esos haitianos, según la historia publicada, detuvieron sus labores para festejar la fecha consagrada a Nuestra Señora de La Altagracia, Protectora de la República. Mire, Maginito, la sorpresa no está ahí, pues los haitianos, durante años y años, han celebrado la fiesta de La Altagracia como si fuera suya y desde Haití siempre han entrado las vistosas guaguas pintadas con llamativos colores y que tienen por meta Higüey, donde se encuentra el principal santuario de la Virgen. Lo que choca, lo que llama la atención, es que la dependencia de la industria de la construcción llegue a tal punto, que sin haitianos hasta una obra que construye el Estado con espíritu fanático se detiene cuando los vecinos dicen no aunque sea por unas horas…Usted me dirá viejo Magino, que uno es medio rosca izquierda, pues creo que la paralización momentánea de los trabajos no se debe a la falta de los obreros haitianos sino a la ausencia de trabajadores dominicanos, en una sociedad donde el desempleo se considera su principal dificultad. Pero es evidente que los dominicanos han encontrado mejores fuentes de trabajo que bregar con taladros, picos, palas y otras cosas en la construcción. Por ejemplo, ¿Cuántos miles de dominicanos se dedican al motoconcho? Eso ha llegado al extremo de que aspirantes presidenciales se atreven a reunirlos, a donar motos, y a formular promesas a estos «nuevos y sufridos obreros del volantito». También están las bancas de apuestas, las legales y las ilegales. En cualquier paraje rural del país hay el triple de bancas que de escuelas en la provincia. El Estado, en cierta medida, es el principal fomentador de la vagancia parasitaria que tiene ingresos al cobrar el impuesto a la esperanza a los infelices que aspiran resolver sus problemas con el azar, jugando billetes, quinielas, fracatán y otras modalidades de vagabunderías legalizadas por el Estado explotador…Es decir, Magino, frente a ese cuadro desolador, aparecen los haitianófilos que entienden que sin obreros haitianos naufraga la industria dominicana (?) de la construcción. Pero lo que esa gente nunca se pregunta es qué hacen aquí, entonces, más de medio millón de haitianos, fuera de los cañaverales, que se dedican pura y simplemente a «echar días» y a «echar horas» o a picotear en las esquinas, mientras sus compatriotas dedicados a la construcción se fajan de campana a campana. Y eso, Maginito, que no quiero tomar mucho en cuenta, todavía, eso que dice el secretario de las Fuerzas Armadas, quien culpa a barones de la agropecuaria de la entrada ilegal de haitianos para laborar en sus predios…Como usted verá viejito verde, son muchos los factores que convergen para complicar este problema del lado dominicano y para hacer que enemigos tradicionales de la situación, quieran describir a los haitianos como puras víctimas y como explotadores a la vieja usanza colonialista a los empresarios dominicanos. ¿Cree usted que se podrá usar la cabeza y revertir esa situación, para que se les pueda llamar pan al pan y vino, al vino?….¿Qué investigan una evasión por unos cuarenta millones de pesos en las Aduanas del aeropuerto local? ¡Me alegro! ¡Me alegro más que el carajo! ¿Acaso no se hace caso omiso a cuantas propuestas se formulan para que se instituya el Día del Contrabandista, se construya un monumento para honrar al Contrabandista Desconocido y se establezca la Orden del Contrabandista, en distintas categorías? Se quiere cobrar impuestos, muchos impuestos, pero nada de distinguir a quienes hacen esfuerzos increíbles para evadirlos, todo con el fin de llevar mercancías a precios razonables a los sufridos consumidores, sin importar un carajo que se hundan quienes cumplen con todas y cada una de sus obligaciones fiscales. Ojalá que ahora se piense un tantito y cuando menos se establezca un fondo, digamos de un diez por ciento del dinero dejado de pagar, para establecer un premio anual al contrabandista que más se haya distinguido. La idea está lanzada. Coja y deje, buen pendejo.

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