Coctelera

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¡Hola, don Magino! Ayer conversé con usted en relación a las quejas externadas por dirigentes de congregaciones evangélicas en relación al calificado discrimen a que son sometidos por el gobierno. No toqué, ex-profeso, y para no hacer muy extenso nuestro dialoguito, un punto expuesto por los quejosos: que se les margina, por completo, del presupuesto del 2007, mientras a la Iglesia Católica se le construyen templos y se le favorece de otras maneras…

Creo que las congregaciones evangélicas están en su legítimo derecho de reclamar un espacio en la toma de decisiones oficiales para enfrentar problemas que a todos afectan por igual. Pero de ahí a gritar por que no se le conceden privilegios económicos hay una gran diferencia. Es innegable que la Iglesia Católica ha logrado muchos provechos por virtud del Concordato suscrito entre el gobierno del dictador Rafael L. Trujillo y la Santa Sede. Entre esas ventajas se cuentan las construcciones de templos en distintos puntos de la nación. Pero reitero que desde mucho antes de la existencia de ese instrumento, el Estado acudía en auxilio de la Iglesia Católica. Darle un vistazo a la obra “Trujillo y Otros Benefactores de la Iglesia”, escrito por el antiguo sacerdote Zenón Castillo de Haza, es un tanto ilustrativo, pues allí figuran los estados oficiales de los donativos a los católicos… Como decía en nuestro diálogo de ayer, mi querido Magino, la concentración del poder político, económico y social alrededor de un catolicismo bien o mal practicado, que trata de sacar ventajas de su protección a la Iglesia, es algo que es capitalizado, directa o indirectamente, por ésta. ¿Cómo se concibe, por ejemplo, que en un país cargado de toda clase de problemas, se erija una ‘catedral’ junto a las edificaciones de la Secretaría de Estado de las Fuerzas Armadas? ¿No es esa una forma de dilapidar el dinero, que el mismo Jesús hubiera condenado? Con obras de esa naturaleza se trata de halagar a la cúpula católica y los halagos los formulan quienes tienen el poder temporal en sus manos. Desde luego, Magino, la construcción de rústicos templos, aunque se haga con dineros del Estado, no es una ofensa a Dios ni cosa que se le parezca. Por el contrario, esos templos pueden prestar muy buenos servicios a la sociedad, sobre todo cuando se erigen en zonas poco pobladas y dirigidos por sacerdotes consagrados al bien, a educar, a condenar la vulgar explotación del hombre por el hombre… Tampoco sería criticable que hechos similares ocurrieran no para beneficiar a las congregaciones evangélicas, sino a los miles y miles de seguidores de esa religión a nivel nacional. Desde luego, mi querido Magino, eso no concede méritos a quienes dirigen esas congregaciones y expresan profundas quejas por el hecho de que a ellos no se les otorgan iguales privilegios que a los católicos. Los dirigentes evangélicos que así razonan, parecen no darse cuanta de que ellos piden “privilegios”, es decir, que se sitúan en la misma acera donde colocan a los católicos. Y privilegios, viejo querido, no deberían existir para persona o congregación alguna en particular… Lo ideal sería que las entidades religiosas fueran mantenidas por los donativos de sus miembros, por los sacrificios de quienes creen en ellas a cualquier precio. Usted me dirá, y en eso tiene razón, que eso da clara ventaja económica a la Iglesia Católica. A esa Iglesia llegarían donativos jugosos —y bien promocionados— de gente a quien poco o nada le importaría el origen del donativo. Y a la Iglesia no se le puede exigir un poder de investigación, en cada caso, a la hora de percibir lo que llaman un “óbolo”. Quienes dinero de esa manera reparten, a lo mejor lo “ganan” con suma facilidad y tienen la cachaza de recuperar lo donado con una mayor explotación de la sociedad a la cual “sirven”. Es difícil, muy difícil, que en las congregaciones evangélicas suceda otro tanto, primero, por el origen de su feligresía y luego por la concepción moral que siguen en la práctica religiosa. La sencillez de los templos evangélicos puede contrastar con determinadas instalaciones de otras religiones, pero es evidente que lo que más importa, lo que más interesa, es la forma en que se rinde tributo al Creador. En esta época tan complicada que vive la humanidad, el aspecto moral es primordial, es básico, es esencial. Es, muy posiblemente, el más importante de cuantos deben observar todas las religiones. Y existir o subsistir con los recursos que facilitan sus propios feligreses es uno de los aspectos de marcado interés. Lo ideal sería que el Estado, en aras de la libertad de cultos, no se inclinara por lado alguno. Pero eso no significa que si lo hace —y lo hace— provoque que las congregaciones evangélicas quieran inscribirse en el presupuesto nacional. Reclamar un derecho de espacio en la sociedad, para los evangélicos, no quiere decir que tengan que pegarse de la vaca nacional, vaca que ya es suficientemente explotada. Por los insaciables que usted conoce.

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