Coctelera

<p>Coctelera</p>

Joaquín Balaguer ascendió a la presidencia de la República el 1ro. de julio de 1966. El país estaba ocupado, militarmente, por las tropas de Estados Unidos, disfrazadas de Fuerza Interamericana de Paz (FIP), con la presencia de grupos armados de Brasil, Honduras, Nicaragua, Paraguay y no recuerdo bien si por alguien más. Cuando el pequeño y astuto político tomó las riendas del poder, Estados Unidos cubría el aparato burocrático estatal y el embajador de la gran potencia invasora, John Hugh Crimmins, se consideraba con derecho a estar presente en las más importantes tomas de decisiones. El señor Crimmins, inclusive, asistía a las reuniones que se efectuaban en el Palacio Nacional…

Balaguer, a quien no le temblaba el pulso, jamás ignoró el poderío de los estadounidenses ni la forma en que éstos solían presionar a los gobiernos de países pequeños. Nada que decir de República Dominicana, pues invadidos con tropas nos tenían en esa ocasión. Pero aún así, Balaguer llamó a un sorprendido Crimmins y le notificó que los norteamericanos debían de abstenerse de pagar los sueldos de la administración pública, pues eso correspondía a su gobierno. Aunque tuvo que “fiar” los impuestos, el recién estrenado presidente cumplió con su compromiso y el 25 volvió a ser “Nuestra Señora del Manejo”…  Pero Balaguer no se quedó ahí. Pidió al señor Crimmins, muy finamente, que se abstuviera de asistir a las reuniones en el Palacio, a menos que fuera invitado, previamente, por el gobierno. Al regordete y hábil diplomático no le quedó más remedio que aceptar la orden de un hombre que era el más decente de todos cuando se lo proponía. La cosa no concluyó ahí. Poco tiempo después, a Balaguer se le hizo saber la existencia de “preocupación” en el gobierno estadounidense, en vista de que el régimen dominicano daba cabida a generales retirados que no habían salido muy bien parados, que digamos, del régimen dictatorial de Rafael L. Trujillo. El asunto era rigurosamente cierto. Pero Balaguer, quien disponía de una tremenda capacidad para hacerse el pendejo, indagó cuáles eran esos militares y al no recibir una respuesta directa, preguntó si se trataba, entre otros, del general retirado Santos Mélido Marte Pichardo. Al recibir una respuesta afirmativa, un Balaguer que podía ser enérgico cuando le venía en ganas, respondió que ese general Marte Pichardo era el hombre encargado de su seguridad personal, un hombre de su absoluta confianza y un hombre que había servido al país en forma extraordinaria en momentos muy difíciles -la muerte del dictador-. El Presidente lamentó no poder complacer a quienes se preocupaban por la presencia del general Marte Pichardo y pocos días después, para mostrar su independencia en esos asuntos, reinstaló al general Marte Pichardo en el Ejército Nacional, investido con el rango de mayor general y ratificándolo como encargado de su seguridad personal…  El doctor Balaguer, quien lucía como un hombre contradictorio, en una ocasión llegó a decir que estaba dispuesto a renunciar la Presidencia del país si el presidente Richard Nixon consideraba que él -Balaguer- era un obstáculo para que la nación lograra un aumento en su cuota preferencial de azúcar en el mercado yankee. No hay duda alguna de que Balaguer, mejor que nadie, conocía las presiones estadounidenses cuando se interesaban en algo en especial. Pero el hábil mandatario casado con el poder sabía rechazar presiones y sabía aceptarlas, aunque el Coctelero cree que su resistencia a los programas norteamericanos relacionados con Haití le costaron la victoria electoral en una ocasión, pues jamás cedió a los esfuerzos que realizaban los norteños para convertir este país en un campamento de refugiados haitianos. Es evidente, sin embargo, que con los pasos que dio en 1966, cuando menos públicamente, trazó ciertas reglas de juego. El embajador Crimmins jamás volvió a estar a la diestra de Balaguer, a menos que se le invitara. El estadista dejó de asistir a las fiestas del 4 de julio y como gustaba poco de recepciones, le dio carácter general a la medida. El general Marte Pichardo permaneció con su uniforme militar hasta que fue retirado por el presidente Antonio Guzmán en 1978. Y el discreto gobernante que pudo capear vendavales durante la dictadura de Trujillo, siguió el manejo de las Fuerzas Armadas a su mejor conveniencia, sobre todo para mantenerse en el poder aunque tuviera que corromperlas hasta el tuétano. Sería inocente decir que los yankees no presionaban a Balaguer o que éste rechazaba las presiones del Coloso del Norte. Pero es claro, muy claro, que sí sabía, cuando menos, guardar las apariencias. ¡Amén! ¿O no, querido Magino? ¿O debo recordarle que el 17 de mayo de 1978, cuando los reformistas y jefes militares preparaban su chanchullo para robarle la victoria al PRD, Balaguer tuvo al embajador Yost toda una mañana sentado en un banco de su residencia, para luego mandarle a decir que sí quería hablarle pidiera una entrevista a través del Protocolo de la Cancillería? Y en esa ocasión, Maginito, los gringuitos se preocupaban por las libertades públicas dominicanas. ¡Aleluya!

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