Coctelera

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«Si se lleva de nosotros se jode». Esa breve oración la pronunció un joven empresario dominicano en una reunión de amigos. El empresario aclaró que él, como sus `compañeros`, `colegas` y `compatriotas`, no desea nuevos impuestos pero no se anduvo con muchos rodeos para señalar que si el presidente Leonel Fernández, que deberá jurar el próximo 16 de agosto, se pone a jugar carabina con los empresarios, le tirarán una blanca en un tiro. Mire, Maginito, ese empresario tiene más razón que el carajo…

Se comprende que el gobierno, no importa quien lo encabece, trata de lograr la mayor armonía en la sociedad. Por eso se explica que, en determinadas ocasiones, conversé con los representantes de los distintos grupos de esa sociedad antes de tomar decisiones que vayan a afectar la misma. Pero de ahí a crear una «consensocracia», hay una gran divergencia. Y aquí caminamos, vertiginosamente, hacia esa «consensocracia», pues se aspira que el gobierno, hasta para comprar un alfiler de cabecita tenga que lograr el llamado consenso. Creo, viejito vagabundón, que por más cordialidad que pueda existir, por más buenos deseos de que todos respaldemos las decisiones oficiales, el gobierno ha sido electo para gobernar…

Tengo entendido, viejito bandido, que la administración que concluye el 16 de agosto tuvo muchos tropiezos con los empresarios, aunque también hay que admitir que la situación, en ocasiones, fue manejada con torpeza, con excesos verbales. Pero pese a las bravuconadas de algunos altos funcionarios, pese a las amenazas veladas que no pasaron de tales, los empresarios se salieron con las suyas y lo que es más, todavía, con la aparente aceptación de las masas que no respaldaban los excesos de especie alguna. Los empresarios, para ganar una batalla, usaron la cabeza y se pintaron como víctimas, como mártires, mientras el oficialismo la cabeza la tenía a manera de percha, para colocarse en ella un sombrero o una gorra…

Ahora mismo, Maginito, el próximo gobierno se empeña en preparar lo que llama reforma fiscal. El presidente Hipólito Mejía ha dicho que el proyecto que le entregue la futura administración Fernández lo enviará a las Cámaras Legislativas sin cambiarle una coma. Mientras tanto, asesores del actual régimen hablan de sus propuestas de reformas y es visible la gran diferencia que existe en las exposiciones que se formulan. Pero eso no es todo. Las diferencias se muestran hasta en el mismo futuro oficialismo. Una corriente favorece cargas sobre distintos renglones de la vida dominicana. Otra se opone a la ampliación de la base a gravar. Y una tercera rechaza los nuevos impuestos y asegura que cuanto se necesita es una austeridad extrema. Mientras tanto, el empresariado, sus distintos grupos, se opone a los nuevos gravámenes, al tiempo de que el peledeísmo se va de boca cuando pretende romper un secreto bancario que hará mucho más daño que bien…

Muchos empresarios, sin embargo, exponen puntos de vista que deben ser tomados en cuenta, y se refieren la forma alegre en que se gastan los recursos públicos, sobre todo en el fomento de un clientelismo que permite que una misma persona perciba sueldos en distintas dependencias de la administración pública y se creen cargas innecesarias en las nóminas de personal. Todos sabemos, y no nos hagamos los pendejos, caro Magino, el significado que tiene aquí el vocablo `transparencia`…

Cualquiera diría que el trabajo más pesado con esta vainita impositiva lo tendrá el Congreso Nacional, en el cual la oposición perredeísta será mayoritaria, pues el proyecto de reforma fiscal será una papa caliente que, para enfriarse, reclamará más que paños tibios. De eso saben más de la cuenta los congresistas. Y los empresarios. Queda el tema importantísimo del salario. Imposible sería aumentar un 30 por ciento de ese salario en la administración pública como está conformada en la actualidad. Es necesario, ante todo, que los empleados públicos cumplan una función, pero sería justo un aumento de un 30 por ciento al producto de una epidemia de ayudantes civiles creados con miras electorales? No es que se rechace el monto del aumento a que aspira el presidente Mejía, tanto para el sector público como para el privado. Lógico es, empero, que ese aumento no sea tragado de inmediato, por la inflación que nos azota. En cuanto a la oposición empresarial al alza de sueldos y salarios, mire Maginito, ahí se tiene que usar la caña, pues hay empresarios que rechazan esos aumentos, digamos, como una cuestión «de principios».

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