Coctelera

Coctelera

“Trabajar mucho es malo para el espíritu”. Benedicto XVI. ¡Dios bendiga al Santo Padre!…  Ahora nos explicamos, querido Magino, las razones por las cuales existió “Don Quintín el Amargao”. Me cuentan que ese pobre hombre trabajaba quince y dieciséis horas diarias y por eso tenía un genio de mil demonios. El Papa, muchos años después, hace el diagnóstico correcto: Don Quintín tenía el espíritu enfermo. No hay duda, viejo querido, que el pronunciamiento del Santo Padre, desde su centro de vacaciones en Castel Gandolfo, le ganará muchas simpatías a nivel mundial. Pero es necesario desinformar, interpretar al estilo de Goebbels el mensaje papal. Debe aprovecharse parte de la letra de nuestro “Negrito del Batey”, y como cantaron Alberto Beltrán y Joseíto Mateo, aceptar que “el trabajo lo hizo Dios como castigo”…  Su Santidad no ha hecho excepciones y ha dicho, con claridad meridiana, que el exceso de trabajo afecta hasta a los ministros de su propia Iglesia. ¿Será ese, acaso, el motivo por el cual el padre Rogelio tiene tan mal genio? ¿No será que trabaja en exceso, primero para evangelizar y después para desbaratar las conspiraciones que siempre se tejen sobre él, sencillamente por jodón?. El Papa no se anduvo con muchos rodeos y recordó que ya en el Siglo XII, San Bernardo advirtió sobre los peligros que representaba el exceso de trabajo…  Eso sí, Maginito, no se haga malos juicios, pero no dude usted que nuestro querido y nunca bien ponderado Congreso, tan proclive a los homenajes, emita una resolución, con su correspondiente diploma, declarando “Hijo Benemérito” a Don Benedicto XVI y envíe una nutrida comisión a Roma —por cuenta del contribuyente desde luego- para que entregue la citada resolución con su diploma. También podría darse el caso de que se regale una hamaca al Santo Padre, un “invento” de los taínos que explica, hasta la saciedad, los motivos por los cuales nuestros primitivos habitantes, alimentados con yuca sin almidón, solo hacían las estatuillas popularizadas siglos después por “Benyi”, mientras los aztecas, los incas y los mayas construían pirámides y campos que aún hoy asombran a la humanidad…  El Papa, que toma largas vacaciones para huir del calor, como huyen los europeos cada año, no juega al brinca la tablita, y habla de que el trabajo excesivo, no importa qué clase de trabajo sea, puede “endurecer el corazón y provocar la “pérdida de la inteligencia”. Con todo respeto, esto último está como medio chueco, pues se necesita carecer de inteligencia para dedicarse al trabajo excesivo y no perder la misma producto de un supremo esfuerzo. Eso, no obstante, merece estudios profundos, ya que hay hombres de ciencia que garantizan que “el trabajo, embrutece”. Y eso lo siguen, al pie de la letra, legiones de sinvergüenzas que viven del picoteo, picoteo que contempla distintas escalas, desde el picoteador de saco y corbata que percibe siete y ocho cheques por sus “conexiones”, incluyendo las políticas, el picoteador de barrio que busca pesitos podridos para comer y subsistir, pero que jamás contempla establecer nexos diplomáticos y consulares con el trabajo. Aquí tenemos miles de esos carajetes que esperan que el gobierno los pensione por coherentes en la vagancia…  Mire, Maginito, lo que no sabe Don Benedicto es que por estos lares tropicales existe un espécimen que se queja, constantemente; de la falta de empleo —sin trabajar desde luego cuando ese empleo aparece—, pero si usted le pregunta qué sabe hacer, le responde que “de todo”. Y en este bello escenario al cual le quieren meter por ojo, boca y nariz la “Cucurrucucú Island”, la cosa es tan especial que “de todo” es sinónimo de “nada”. Existió aquí un señor, amigo de todos, de nombre Fernando González Maggiolo, apodado “Revolvito”, amiguísimo del Coctelero. Pidió su pensión, y cuando le solicitaron que dijera cuantos años trabajó en la administración pública, respondió que ninguno. Y agregó: “Ni en la privada tampoco”. Su rasgo de sinceridad provocó que en la administración Guzmán le pensionaran con 125 pesos mensuales. Y era ese mismo “Revolvito” el que daba lata a un grupo de adversarios al régimen de Rafael L. Trujillo. Decía, González Maggiolo, que el día en que Trujillo gritó, en horas de la mañana: “mis mejores amigos son los hombres de trabajo” en la noche de ese mismo día se llenaron las embajadas acreditadas en el país, de gente que prefería el exilio antes que ser amigos del dictador bajando el lomo.

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