Coctelera

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El Partido Reformista  presentó un proyecto de Constitución, en 1966, que proscribía la reelección presidencial. Pero cuando la Asamblea Revisora hacía su trabajo, el diputado reformista Guarionex Lluberes Montás propuso una reforma para permitir la reelección. Gobernaba desde el 1ro. de julio de ese año, el doctor Joaquín Balaguer, quien gustaba subestimar la inteligencia de los dominicanos.

 El hábil político impuso su reelección en 1970 y 1974 y lo hizo empleando cuantos recursos estuvieron a su alcance, incluyendo el militar y el policial. Don Antonio Guzmán ganó los comicios de 1978 y cuando perredeístas de Santiago hablaron de la posibilidad de reelegirlo, el líder José Francisco Peña Gómez frenó el movimiento cuando dijo que hablar de reelección en el PRD constituía “una herejía”…

Balaguer  retornó al poder en 1986 y se reeligió en 1990. Trató de imponerse a la brava en 1994, creando una crisis que se resolvió con una reforma al vapor de la Constitución, reforma que acortó el discutido mandato de Balaguer a dos años. Pero se logró establecer la prohibición de la reelección presidencial que tantos excesos había provocado en la vida dominicana. Todo marchó sobre ruedas en ese aspecto y la posición fue reforzada, aparentemente, con el ascenso al poder del perredeísmo y de Hipólito Mejía. Difícilmente aparece un gobernante que condene la reelección con más energía que como lo hizo Mejía. Pero cuando menos se esperaba, Mejía auspició una reforma constitucional que reestablecía la malhadada reelección…

Mejía  fue derrotado por el actual mandatario Leonel Fernández, quien encontró libre el camino de la repostulación, a diferencia de cuanto ocurrió en el 2000, cuando el peledeísmo se vio obligado a escoger a Danilo Medina. Hoy, mi querido Magino, se prueba una vez más que la reelección no es una pastilla de clorato, sobre todo en un país con instituciones débiles. La tentativa de reelección lo primero que invita es al aprovechamiento de los recursos del Estado y al establecimiento de un clientelismo que fomenta las indeseables botellas estatales. Esas ventajas para el candidato oficial son condenables desde cualquier ángulo que se le mire. Y la oposición política no pierde tiempo para aprovecharse de los excesos que todos debemos rechazar. Lo lamentable es que hoy se vive esa tensa situación por la modificación constitucional del 2002, modificación que reestableció la reelección presidencial. Y da gusto, Magino, leer los nombres de asambleístas que fueron reeleccionistas en el 2002 y hoy condenan esa posición.

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