Coctelera

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Hoy es Día de Duarte. Es el día consagrado a recordar el nacimiento del más puro de cuantos dominicanos han visto la luz en esta República que a él y a sus abnegados compañeros de lucha debe su existencia. La fecha nos toma en momentos difíciles, en momentos en que el anti-Duarte es tan notorio en toda la geografía nacional. Y para evitar malas interpretaciones, mi querido Magino, cuando hablo de anti-Duarte no lo hago para referirme a persona o institución alguna en particular, sino a un estilo, a un método, a un sistema o como usted quiera llamarlo…

Duarte, caro viejo, representa honradez personal, anticorrupción en todos los órdenes. Duarte es pureza de ideales, verticalidad en sus concepciones. Duarte es amor y es respeto a la patria que soñó y a cuya creación consagró su vida y sus bienes. Duarte es fidelidad a la soberanía, es fe en la independencia de la nación. Duarte es desprendimiento, desinterés por los bienes terrenales. Es la negación de la vanidad, de la búsqueda de honores. Nada lo retrata mejor, en ese aspecto de su vida, que un pasaje escrito precisamente por un hombre que amó intensamente el poder, el doctor Joaquín Balaguer: “Los veinte años que pasa sepultado en el Apure o errante por las selvas del Orinoco, bastan por sí solos para poner de manifiesto hasta qué punto llevó este visionario su desdén del mundo y su desprecio de las glorias humanas”. Duarte es, querido Magino, la auténtica dominicanidad. ¿Comprende usted, ahora, por qué le digo lo del anti-Duarte?…

Querido Magino, he de consignar una noticia que me entristece. En la tarde de ayer recibí una llamada telefónica del viejo amigo Loepoldo Espaillat Nanita (Polín), quien me informó que temprano en la mañana había fallecido el licenciado Roger Ogando, quien desde hace meses se encontraba recluído en su hogar de esta ciudad, aquejado de problemas de salud. Roger, querido viejo, era un hombre fuera de serie pero quizás, al mismo tiempo, fuera de  sitio o de época. Era licenciado en Aeronáutica, pero el país no se beneficiaba ni de sus servicios ni de su capacidad. Fue director de la Corporación de Fomento Industrial (CFI) durante parte de la administración perredeísta dirigida por el doctor Salvador Jorge Blanco, quien cubrió el mandato constitucional 1982-86. Roger Ogando fue un gran funcionario. Honesto a carta cabar. Recto, insobornable y rabiosamente enemigo de la corrupción. Nadie levantó su voz contra Roger Ogando, ni cuando era funcionario y mucho menos cuando dejaba de serlo. Quienes lo queríamos de veras sabíamos de sus dificultades para subsistir. Con Polín Espaillat, por cierto, mantenía un programa a través de la televisión. Programa con alti-bajos, que entraba y salía, pues era imposible comprar a ese par de hombres honestos. Le regateaban la publicidad más por miedo que por otra cosa. ¡Y pobre de quién se atreviera a decirle “pésame la factura del anuncio pero no lo pases al aire”. Roger Ogando murió sin disponer de riquezas materiales. Vivió y murió, eso sí, con dignidad, rodeado del cariño y del respeto de familiares y amigos. Paz a sus restos y anótelo, Magino, por más que se crea, su ejemplo, aunque sea a largo plazo, fructificará…

Maginito, ¿y qué le parece eso de la “escogitación” (como hubiera dicho don Carlos Goico Morales) de Cuba en calidad de miembro de una Comisión de Derechos Humanos en la ONU? Pues sí señor, once países latinoamericanos, el nuestro incluído, favorecieron a Cuba, que ahora conocerá más denuncias que el carajo. Por cierto, viejito retozón, los norteamericanos tienen que estar más contentos que el carajo con esa designación, sobre todo porque ahora los cubanos conocerán denuncias de violación a los derechos humanos de prisioneros capturados por las tropas del señor Bush en Irak. ¡Casi nada!…

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