Coctelera

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Mi querido Magino,  leo en El Caribe, edición de ayer, cinco líneas que me causan espanto. Son las líneas en que se indica que para entrar en la residencia del doctor Pedro Franco Badía, en el ensanche Paraíso, se necesita una autorización de la Dirección de Prisiones.

Dígame una cosuanita, viejo Magino, ¿quien está bajo prisión domiciliaria en esa residencia es el doctor Franco Badía o toda su familia, incluyendo a su esposa? Suponga usted, don Magino, que en esa residencia se presenta una emergencia, digamos de plomería, cuando aparezca el plomero, ¿tendría que acudir a la Dirección de Prisiones a procurar el malhadado permiso? No joda, Magino, es muy cierto eso de que aquí pasamos de lo sublime a lo ridículo con una facilidad pasmosa.

El doctor Franco Badía fue condenado a tres años de prisión domiciliaria y al pago de una indemnización millonaria en el sonado caso del Plan Renove. Franco Badía ha pedido la revisión de su caso a la Suprema Corte de Justicia. El ha dicho en reiteradas instancias que todos los vehículos que entregó en el Plan Renove lo hizo obedeciendo órdenes del entonces presidente Hipólito Mejía. El propio Mejía confirmó esa aseveración y manifestó que daba las instrucciones para que Franco Badía entregara los vehículos, de acuerdo a las facultades que le concedía la Constitución. Pese a eso, Franco Badía fue condenado y como Depreco es moderno, tratará de colocarle un cintillo electrónico a un hombre confinado a su hogar. Y para colmo, cojoyo, para entrar en su casa hay que pedir autorización a Prisiones. ¡No sea nadie pendejo!…

Antonio Telemín Guerrero,  el hombre que trató de incendiar el altar de La Altagracia, en Higüey, afirma que cumplía «instrucciones» de Dios. Cuando se dijo que Guerrero estaba loco, el obispo de la diócesis de La Altagracia se preguntó por qué, entonces, no acudió a un cuartel del Ejército a provocar desórdenes. Eso me recordó, caro Magino, a un trastornado mental que vivía en Ciudad Nueva y a quien todos conocíamos como El Tártaro. El pobre hombre, cada vez que se le hablaba de un problema, decía que él arreglaría eso cuando fuera Vicepresidente de la República. Y si le preguntaban por qué no quería ser Presidente, respondía de inmediato que sí decía eso perdía la cabeza, pues El Jefe tenía los juegos muy pesados hasta el punto de que los locos se ponían cuerdos cuando de él se trataba.

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