Coctelera

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Interesantes, muy interesantes los primeros resultados de la encuesta Gallup-Hoy, que vieron ayer la luz pública en este diario. Resultados se continuarán publicando durante los próximos días.  Y hay de todo y para todos.  Comprendo de sobra, mi querido Magino, las preocupaciones externadas por gran parte del universo encuestado, preocupaciones que, no me  caben dudas, son compartidas por gobierno y por oposición, aun cuando cada uno de ellos, como es lógico suponer, trate de sacar ventajas partidaristas de los resultados…

Mire, Magino, dejo de lado la mayoría de los puntos destacados en los resultados presentados ayer y me concentro en la lectura del gráfico de primera página publicado por HOY.  Y créame, mi querido viejo, que dos cosuanitas que observo, me causan honda preocupación y mucha mayor pena. Con gran sorpresa veo que de un universo formado por 1,200 informantes, solo el 9.1 por ciento considera que la corrupción administrativa es un problema y un porcentaje mucho menor todavía, el 4.8 por ciento ve como dificulta la pérdida de los valores morales…

No es que trate de minimizar los resultados de lo que la encuesta señala como principales problemas denunciados –falta de energía, inflación, delincuencia, etc.– pero jamás entenderé que a tan pocos dominicanos les preocupe la existencia de la corrupción administrativa así como también la pérdida de los valores morales, cuando esos aspectos negativos de la vida nacional generan otras lacras que amenazan hasta la vida institucional del país.  La corrupción administrativa, por ejemplo, resta al Erario millones y millones de pesos que podrían invertirse en programas sociales, dirigidos, inclusive, a disminuir la delincuencia que, en todos los órdenes, se manifiestan en la nación, independientemente de que la corrupción en sí es generadora de una delincuencia que, hasta ahora, ha salido en coche. La corrupción administrativa es, en otra parte, una fase de la corrupción general que nos abate, pues si desde el sector oficial se ha respirado un aire impuro, desde el privado se ha visto de todo.  La corrupción, en cierta medida, nos ha arropado y no hay estamento público o privado que no haya sido tocado por ese grave mal.  Por eso, mi querido Magino, es sorprendente que tan pocos dominicanos encuestados se preocupen por la existencia de esa lacra.Es como si se quisiera decir, en cierta forma, que no preocupa el número de corruptos y de corruptores, sino que no son dos ni tres los miles de dominicanos –por no usar otras cifras– que desearían incorporarse al carro de la corrupción, carro que ha tenido la impunidad a manera de franqueador…

Lo de la pérdida de los valores  morales es algo que aterra.  Es cierto, muy cierto, que tiempos y situaciones cambiantes han hecho variar valores tradicionales, pero dígame una cosa, Maginito, ¿son cambiantes las leyes de la moral, o es ésta inmutable?  No se preocupe por el hecho de que le llamen reaccionario o cosa parecida.  El primer valor moral que hoy es casi inexistente es la patria potestad. Y esta falta de patria potestad conduce a la disolución o debilitamiento, al máximo, de los hogares. Por más  vueltas que usted quiera darle al asunto, viejo vagabundón, una sociedad es una reunión de familias, una concentración de hogares. Y cuando la familia falla, cuando los hogares de hecho no existen, ¿a qué sociedad del carajo usted aspira?…

¿Hasta dónde puede funcionar una sociedad en que los hombres se convierten en puros ladrillos y las mujeres enfábricas de criaturas que lanzan a las calles a mendingar, a convertirse en carne de cañón para la delincuencia, a la espera de que el Estado cubra sus necesidades? Pérdidas de valores morales conducen al irrespeto  a la ley, el irrespeto a los mayores, en fin, se lleva una vida agitada y artificial, una vida que busca materiales a cualquier precio –hasta el de delinquir– sin tomar en cuenta, para nada, las necesidades espirituales. Gobiernos lucen perdidos en medio de tremendos problemas, de cargas insoportables, de presiones poderosas imposibles de resistir por razones de subsistencia.Y la educación, la clave para poder entrar de nuevo al redil, al camino que conduzca a una regeneración, es visto como un compromiso del cual se puede salir con medidas de pasadas, mientras el alma nacional se deteriora a pasos agigantados. ¿Qué nos depara el futuro? ¿Más de lo mismo?¿O será necesario estremecer la conciencia dominicana para rescatar valores que jamás han debido perderse?

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