Coctelera

Coctelera

Tenga usted un buen día, mi querido Magino. Ayer tarde, caro viejo, cuando escuché la noticia del esperado deceso del Santo Padre, Juan Pablo II, me sentí sumamente apenado, pues el mundo perdió, con su partida, quizás al más ferviente creyente en la libertad humana. Juan Pablo II, mi querido Magino, es uno de mis personajes inolvidables, pues jamás me, he sentido más impactado por un ser humano que en mi único contacto personal con él. Todo ocurrió al mediodía del 18 de enero de 1999, en el propio Vaticano. Formaba parte de la delegación que acompañó al presidente Leonel Fernández en un viaje oficial a Francia, Italia y El Vaticano, con un toque técnico de unas horas en Madrid…

Ese 18 de enero de 1999, lunes para ser más exacto, el presidente Fernández me honró nueva vez al designarme para formar parte del grupo que le acompañaría en su visita al Santo Padre, visita que siguió a una a la Soberna Orden de Malta. Ya en El Vaticano, el presidente Fernández fue introducido a la biblioteca privada de Juan Pablo II, donde permaneció, a puertas cerradas, unos veinte minutos conversando con el ilustre religioso. Concluía la conversación entre el jefe de la Iglesia Católica y el jefe del Estado dominicano, las puertas de la biblioteca se abrieron de par en par y el Santo Padre, gentilmente, invitó a pasar a quienes formábamos el séquito presidencial…

Recuerdo, Maginito, que cuando me tocó el turno de saludar al Papa –el propio presidente Fernández hacía las presentaciones de estilo– incliné la cabeza reverente y estreché su diestra ligeramente, pues ya había observado el temblor que le afectaba, producto del terrible Mal de Parkinson que había contraído. Maginito, ni exagero ni recurro a la demagogia. Cuando contacté la diestra de ese grande hombre que acaba de partir al reino de los Cielos, me sentí pequeño, muy pequeño, ante un auténtico gigante que irradiaba un carisma muy especial, carisma que inspiraba a centenares de millones de seres humanos alrededor del mundo y que hacía que hasta sus adversarios más enconados le respetaran. El Santo Padre fue tan gentil que nos obsequió con una medalla conmemorativa a su pontificado, medalla que nuestra familia atesora…

Ha pasado seis años de ese hecho que relato. Ya Juan Pablo II venía enfermo y enfermo de seriedad. Aún así, Maginito, siguió prestando sus servicios no solo al mundo cristiano sino al mundo en sentido general. A veces me resulta inexplicable que este hombre extraordinario, poseedor de una férrea voluntad de servicio, consciente de su responsabilidad como heredero del trono de Pedro, pudiera desafiar males corporales y recorrer miles y miles de kilómetros para defender a los oprimidos a los desvalidos, para denunciar los males que afligen a quienes tienen verdadera hambre y sed de justicia…

Este esclarecido religioso polaco que acaba de dejarnos, no recurría a los ejércitos poseedores de armas letales para pregonar su verdad. Recurría, en cambio, a su palabra sincera, clara, precisa, que denunciaba los excesos de los poderosos a través del globo. Muchos le citan como un factor clave en el desmoronamiento de los regímenes comunistas europeos. Es cierto que no vaciló al exponer los excesos cometidos en esos regímenes y lucha, denodamente, para que se impusiera la libertad por encima de todas las cosas. Pero bien cierto es, también, que tuvo que plantarse ante el imperio norteamericano que entendía que la fuerza era la única vía para imponer, digamos, a Solidariedad en la Polonia nativa del Sumo Pontífice. El Papa supo manejar la cólera de Ronald Reagan y de Bill Colby y evitó males mayores a la humanidad…

Hoy, Maginito, el mundo llora la partida de un hombre bueno. Eso fue, fundamentalmente, Karol Wojtyla, un hombre bueno, un auténtico pastor de almas. Creo, caro Magino, que es difícil dejar de lado la tristeza por su fallecimiento. Pero, en verdad, ¿no deberíamos estar felices, contentos, por el hecho de que Dios nos permitiera disfruta tantos años de este genio esclarecido? Los dominicanos, en especial, recibimos no solo amor por parte de Juan Pablo II. Inició sus viajes, electo Papa, por territorio dominicano en 1979 y por aquí estuvo en dos ocasiones más, siempre con un mensaje de fe, de aliento. Karol Wojtyla nunca será olvidado.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas