Coctelera

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Buenas, mi querido Magino. Tengo para decirle que ninguna sorpresa me causó el dictamen del Procurador en cuanto a la supuesta inconstitucionalidad del Concordato suscrito por Rafael L. Trujillo, en su condición de embajador extraordinario en misión especial, y el pro secretario de Su Santidad, monseñor Domenico Tardini. Ese instrumento fue firmado el 16 de junio de 1954 en la Ciudad del Vaticano. El procurador rechaza la inconstitucionalidad del instrumento, aprobado por las Cámaras Legislativas, el 7 de julio de 1954 por el Senado, y al día siguiente por la Cámara de Diputados. El presidente gomígrafo Héctor B. Trujillo Molina promulgó las resoluciones legislativas el 10 de julio del año citado…  ¿Por qué digo que no me sorprendió el dictamen del Procurador? Bien, sin ser abogado ni cosa que se le parezca, siempre he creído que ese Concordato —un instrumento suscrito entre dos Estados— para ser revisado o anulado, tiene que ser denunciado previamente, por uno de los firmantes. Y veo, por ejemplo, que en el artículo XXVII del documento, se establece lo siguiente: “Si en el porvenir sugiere alguna duda o dificultad sobre la interpretación del presente Concordato, o fuere necesario arreglar cuestiones relativas a personas o cosas eclesiásticas, que no han sido tratadas en los artículos precedentes y que toquen el interés del Estado, la Santa Sede y el gobierno dominicano procederían de común inteligencia a solucionar amigablemente la diferencia”. ¿Estamos?…  Al leer la columna de Alvaro Arvelo hijo, publicada ayer por El Nacional, veo que el querido colega menciona a una de las más grandes figuras producidas por el deporte quisqueyano, el astro zurdo del béisbol Diómedes Antonio Olivo, conocido por todos con el mote de Guayubín. Alvarito recuerda que Guayubín es el más viejo novato o novato más viejo llegado a un equipo de liga mayor, cuando logró la proeza con los Piratas de Pittsburgh, en 1962, a la edad de 43 añitos. Alvarito afirma que Guayubín es el mejor lanzador zurdo en toda la historia de béisbol dominicano, juicio que comparto plenamente. Mire, Magino, Guayubín Olivo hubiera sido una estrella en cualquier época y como dice Arvelo hijo, en Grandes Ligas hubiera sido, de llegar joven, un ganador de veinte juegos por temporada…  Creo, viejo deportista y amigo, que a Guayubín Olivo no se le ha rendido en el país el tributo que verdaderamente merece. Este portentoso y caballeroso atleta bien merece que su nombre honre cualquier instalación beisbolera y hasta que su estatua adorne esa instalación, parque o avenida, como se acostumbra en muchas partes con sus héroes deportivos. Digamos, por ejemplo, que eso ocurra a la entrada del viejo estadio de La Normal, escenario de sus grandes hazañas, entrada convertida en parque con su estatua en el centro, mostrando su egregia figura en bronce, con su pierna derecha levantada bien alto, como lo hacía, desde luego, a la altura y con la elegancia de Juan Marichal… Guayubín, viejo Magino, comenzó a hacer carrera conocida localmente cuando viaja a Caracas en 1945, como “pino nuevo” junto a Vicente Scarpate y Chino Alvarez, en la selección nacional que dirigió Horacio Martínez. Al año siguiente es el estelar en Barranquilla y aún recuerdo que dos días después de ser golpeado por un autobús, lanzó trece entradas contra Colombia, empatando a una carrera. De ahí en adelante, todo fue historia. Uniformado del Escogido lanza un juego sin hit contra el Licey que después sería de sus amores, en el viejo Perla Antillana. Y con el uniforme azul repite la hazaña, ahora en el béisbol profesional romántico de La Normal. En Estados Unidos, en Triple A, lanzó otro no hitter”. El Estadio Quisqueya le vió realizar proezas aún cuando sus mejores años pasaban. Ya los parques de Colombia, Puerto Rico, Managua, Venezuela, Estados Unidos y México se habían estremecido ante sus envíos de fuego, envíos que cuando no pudieron mantener la velocidad siempre por encima de las 90 millas, se convirtieron en curvas sabias que sacaban de quicio a los mejores. Y en sus días de pitcher de gran velocidad, no recuerdo haber visto a un zurdo más controlado que Guayubín Olivo. Retirado del béisbol, siempre fue cortés y amistoso, jugador de softbol y siempre un hombre de vida organizada, hasta que fue fulminado por un ataque cardíaco, poco después de haber visto expirar a su hermano Federico (Chichí), víctima de una terrible cirrosis hepática. Chichí fue otro astro monticular de fuste. Y eso que usted, Magino, nunca vió jugar a Pantaleón Olivo, hermano mayor, quien jamás quiso dejar su Línea Noroeste para enfundarse en lo que el antesalista de los Carmelitas, Bob Dillinger —un bateador de 300— llamó el “traje de los monos”. Alvarito me trajo gratos recuerdos ayer al recordarme al gran amigo Guayubín Olivo. Ojalá que algún día se le rinda el tributo que merece. ¿Se anima el Licey?

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