Coctelera

Coctelera

Muy buenos días tenga usted, mi querido Magino. Salúdeme a los suyos y también a quienes no lo son. Y a todos os digo, no os desesperéis, que este calor desaparecerá un chin en diciembre próximo, aunque despachos de super especialistas en climas afirman que en la noche del 24 de ese mes la temperatura subirá un tanto siempre y cuando los panaderos no hagan teleras…

El capitalismo, mi querido Magino, no juega con sus chelitos. De buenas a primeras se descubre que el hoy anciano Mark Felt, de 91 añitos, es el «Garganta Profunda» que facilitaba escalofriantes informes, en un parqueo, a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, del The Washington Post, en las investigaciones del caso llamado Watergate, que condujo a la renuncia del entonces presidente Richard Nixon…

Una hija de Felt, tomando en cuenta que su papi tiene 91 años y puede firmar con los Carmelitas en cualquier momento, lo indujo a «escribir» cosuanitas que, pagadas, se publicaron en «Vanity Far». Pero Woodward, con un libro preparado sobre el personaje, se adelanta ahora y publica extractos de ese libro en el mismo The Washington Post, del cual es hoy director adjunto. Se espera que el mes que viene el libro circule a nivel mundial mientras ya se está detrás de Felt para que «escriba» el suyo…

Woodward y Bernstein escribieron una obra relacionada con todo cuanto pasó alrededor de Watergate. Ese libro es una joya como texto periodístico si usted quiere llamarle así. El caso fue llevado al cine con Robert Redford personificando a Woodward y Dustin Hoffman al nervioso Bernstein. Felt, cuando decidió facilitar detalles del caso a los periodistas, se encontraba bravito con Nixon, pues el hoy conocido «Garganta Profunda» era el segundo a bordo del Buró Federal de Investigaciones (FBI) cuando su jefe, el poderoso Edgar J. Hoover colgó los tenis. Felt aspiraba al cargo, pero Nixon designó a uno de los suyos, Patrick Gray, canchanchán de su ministro de Justicia, Mitchel, el mismo hombre que durante la investigación de Watergate «prometió» cortar los senos a la propietaria del Washington Post, Katharine graham, una mujer con más valor que los ejércitos que desembarcaron por Normandía. Usted verá, Maginito, que de ahora en adelante se escribirán más cosas que el carajo alrededor de Felt y su «gestión», todas muy bien pagadas por cierto, pues el mundo washingtoniano no juega cuando se presentan esos chances, dirigidos por escritores y abogados que cobran muy bien sus servicios…

¿Que los problemas burocráticos retrasan la entrega de subvenciones a los hospitales? ¡Qué buenito es así! Explíquenle eso a los enfermos que acuden a buscar asistencia a los centros médicos del Estado y no pueden recibir ni siquiera una aspirina para el simple dolor de cabeza. Todo el mundo sabe aquí, o casi todo el mundo, que un tremendo problema gerencial afecta a los hospitales públicos. Es más, afecta también a muchísimos organismos del Estado. ¿Y cómo no va a afectar a los centros médicos, si allí la cuestión administrativa se quiere solucionar con la designación de militantes políticos del partido en el poder?, y nos referimos en sentido general, no al actual específicamente. ¿Se olvida usted, Maginito, que hace unos años un criador de ranitas fue nombrado administrador de un hospital? ¿Cuántos analfabetos y analfaburros han sido nombrados en la gerencia de centros médicos públicos solo por el hecho de haber lanzado unos cuantos peñones en una campaña electoral? Con criterios como los que han imperado hasta ahora a nivel de dirección de salud, parece que el problema de las subvenciones de los hospitales va para largo. Aun cuando vengan los pronunciamientos demagógicos y charlatanescos de que se hacen esfuerzos para corregir la situación. Nadie, a nivel de gobierno, se atreve a decir que el sistema dominicano de salud ha colapsado por la política y necesita una revaluación…

Jesús dijo, mi querido Magino, «dejad que los niños vengan a mí». El Hijo de Dios no juzgó a padre alguno de esos niños para tenerlos a su lado. Ese mismo Jesús, viejito charlatán, tuvo que agarrar el látigo para limpiar el templo de farsantes.

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