Coctelera

Coctelera

Muy buenas, querido Magino. Tengo para decirle que el amplio reportaje publicado el domingo por The New York Times, en el cual enfoca la situación de los haitianos que viven en el país, no debe quitarnos el sueño. No es el primero de este tipo, ni será el último, que saldrá en los grandes diarios estadounidenses. Los juicios externados por la periodista Ginger Thompson no deben causarnos pena alguna, pues ella se encarga de mezclar verdades, medias verdades y cuentos chinos de los buenos.

El Times tiene derecho a hacer lo que hizo. Ese es un gaje de la democracia y del libre ejercicio de la prensa. El Times bien lo sabe, pues muy recientemente ha tenido que romper el silibín a ejecutivos demasiado “creativos” y a reporteros que han inventado para “hacerse”. Ahora bien, si el gobierno se asusta por las cosas que dice el Times y también por las que inventa la mentalidad de la señorita Thompson, entonces sí es verdad que nos jodimos. A resolver el problema de la migración haitiana tenemos que abocarnos y al carajo también con el Times …  Mejor es, Maginito, para entretenernos, referirnos a una cosita de lo más qué sé yo: con raras excepciones, las panaderías de este país no fabrican pan integral, aunque casi todas venden “pan integral”. Mire, viejito charlatán, si es cierto que solo unas cinco panaderías producen pan integral, lo mejor que se haría es mencionar el nombre de esas panaderías y así ser justos lo primero, como decía nuestro inmortal Juan Pablo Duarte. Eso de que no se fabrica pan integral es algo bien conocido, pues aquí no se produce harina integral y cuanto se hace es un tollo para fuñir guanajos. Y eso no es nada, también se venden “galletas integral”, que se hacen acompañar, en su envoltura, por tremendo “nutrition facts”. Pero, adelante, que aquí todo se puede, pues ya ésto es tierra de nadie, aunque unos vivos quieren que sea de haitianos…  Vea Magino, hubo una época un tantito lejana ya, cuando en esta capital, entonces con unos 200,000 habitantes, tres grandes panaderías se disputaban el favor popular: la de Quico Caro, en la Padre Billini y luego en la Santomé; la de Teófilo Carbonell en la Enrique Henríquez y la de Pepé Balcácer, en la Restauración, hoy Presidente Vásquez, cerca de las ruinas de San Francisco. Había negocios “pequeños” como hoy, pero la clientela la absorbían las tres citadas, salvo el caso de los militares, que contaban con su propia panadería y con un pan de excelente calidad, dado que los primeros que se fabricaban se enviaban al dictador Rafael L. Trujillo y no se sabía si éste los probaría o no. Por eso, preferible era no correr riesgos…  La de Quico era la panadería por excelencia, además de contar con una variada repostería. Se trabajaba con pura leña, pero es innegable que el pan era de superior calidad y vale recordar que la gente se daba cita a las puertas del negocio, para esperar la “salida” del caliente pan de agua o del suave sobao. Pero eso no era todo. Los maestros panaderos de Quico eran unos diablazos a caballo y allí se producían grandes partidas de “pan de Mallorca”, azucarados hasta la tambora, reclamados por los niños para embarrarse la boca hasta donde dicen Cirilo. ¿Y qué me cuenta usted del pan de leche? Rodajas de un suave pan envuelto en un papel de cera de primera, excelentemente bien decorado. El pan polaco, pesado, tenía buena salida, un pan redondo de gran tamaño, “separado” por la “raya” del medio. Quico jugaba con el larguito pan “coney-island” y con el “alemán”, de suave masa y áspera cáscara. No creo que en otro país del mundo llamen camarón al croissant francés, pero esta isla es muy especial. Sí había integral de verdad y un exquisito pan negro en distintos tamaños. Y cuando llegaba diciembre, ni modo, las teleras, que sí eran “de huevo”. Hoy el huevo se les muestra de lejos, para que los vean a través del “túnel del tiempo” que se les “coloca” en cada parte, para hacer bulto y lograr menos peso. Pero todo no puede ser rigor, y para que los pendejos crean en la existencia de las “teleras de huevo”, se les da una especie de barniz con su color “amarillito”…  Debo decirle, Magino querido, que no existía Molinos Dominicanos ni molinos del carajo. Toda la harina de trigo era importada en sacos y era una harina de finísima calidad. No se mezclaba con porquerías para que rindiera y se hacía un pan que  para qué le cuento… Hoy las cosas han cambiado. Tenemos energía para fabricar el pan en gigantescos y limpios hornos, aún cuando pequeñas panaderías recurren a la leña pues no pueden enfrentar facturaciones energéticas. La harina “es procesada” en el país. Igualmente se hace con los otros insumos. Casi todo es automático. Y muy variado. Tan variado que tenemos un pan de agua y un pan sobao que a la hora de salir del horno bien puede usarse a manera de tira piedras. Y para colmo, estafan a cualquiera con un pan integral que solo se integra a la cadena de vagabunderías que se hacen aquí a diario. No es que cualquier tiempo pasado fue mejor. Es que en los tiempos presentes hay demasiados delincuentes, con cuello, sin cuellos y encueros. Amén.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas