Coctelera

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El ingeniero Felipe Martínez Brea, por todos conocido como Felipillo, es lo que se llama un diablo a caballo con memoria de elefante. Su relato sobre la construcción del parque y avenida Mirador del Sur, en Bella Vista, es formidable.

Ese relato apareció en la página 11-B de la edición dominical de este diario, calzado con la firma de la prestigiosa periodista Angela Peña. Felipillo recuerda que el Mirador costó dos millones de pesos y el puente que cruza la avenida Italia reclamó cien mil pesos, pese a que la construcción de dicho puente estuvo a cargo del mago dominicano del acero, el ingeniero Rafael Bonnelly. No está de más recordar –Felipillo lo hace— que de la arcas públicas no salió dinero para la obra, pues el entonces presidente Joaquín Balaguer jugó con la plusvalía de tierras que el Estado vendía aún sin tener los títulos de propiedad de las mismas…  ¿Cómo llegaron  esas tierras, propiedad de la familia Henríquez, a manos del gobierno? Los hermanos Enrique Apolinar (Don Quiquí), Abad (Babá) y Américo eran considerados «desafectos» al régimen del dictador Rafael L. Trujillo. Y éste, a manera de represalia, dispuso la expropiación de las tierras de Bella Vista, alegando que allí se construiría una fortaleza para el Ejército Nacional. Trujillo ordenó un pago de 50,000 pesos por los predios expropiados. Pero como el dictador no tenía interés personal en las tierras, envió a colaboradores suyos que eran amigos de la familia Henríquez, para que pidieran a Don Quiquí que escribiera tres artículos laudatorios a su régimen, que serían publicados en La Nación. Don Quiquí se negó, reiteradamente, a bajar la guardia. Es bueno hacer constar que el dictador no permitió que se tocara un metro de las tierras expropiadas, valoradas en unos veinte millones de pesos, de los pesos de 1961… El festín  con la invasión de las tierras comenzó después de la muerte de Trujillo, especialmente durante el gobierno del Triunvirato, lo que provocó airadas protestas públicas por parte de Don Quiquí. Tenía Balaguer unos cuantos meses al frente del gobierno, en 1966, cuando el tema de las tierras volvió a salir a flote. Recuerdo que en una conversación que sostuve con el gobernante, éste admitió que la expropiación constituyó un abuso de poder de parte de Trujillo y estuvo de acuerdo en que las tierras, sin duda alguna, pertenecían a la sucesión Henríquez. Le pregunté, entonces, que si esa era la situación, por cuales motivos el gobierno no devolvía los predios a sus dueños… Medio molesto,  el presidente Balaguer me dijo que preguntara a mi padre qué debían hacerle a un gobierno de meses, que llegaba al mando en un país intervenido por tropas extranjeras, con una administración pública destruida, y se atrevía pagar o devolver tierras valoradas en veinte millones a una familia. Le respondí que el mensaje era innecesario, que ese gobierno estaría muy bien derrocado. Entonces el mandatario manifestó que la sucesión debía hacer sus reclamaciones por la vía judicial. Conteniendo la risa, recuerdo que le dije que no había juez que se atreviera a dar un fallo a favor de la sucesión Henríquez. Balaguer solo me dijo: ¿Y tú quieres que las devuelva yo en estos momentos?… El hábil  gobernante puso especial interés en el Mirador del Sur y mientras se construía un pulmón para la capital, Bienes Nacionales vendía solares a diez pesos el metro cuadrado en la Sarasota y la Rómulo Betancourt, y a ocho pesos en solares ubicados entre esas dos avenidas. Balaguer consideró, entonces, que había llegado el momento para entenderse con la Sucesión Henríquez, capitaneada por Don Quiquí. Balaguer entregó a la Sucesión la tercera parte de las tierras reclamadas. ¡Y esa tercera parte valía, a la hora del entendimiento, los veinte millones reclamados originalmente.

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