¿Cómo está mi viejo Magino? Supongo que cansado de oír tantas pendejadas durante las veinticuatro horas del día. Y supongo, también, que mencionándole la mamacita a quien le diga que la mayoría de los «representantes del pueblo» son sus auténticos representantes. Por eso, viejo carajete, un domingo como éste es mejor comenzarlo con una nota agradable, con el reconocimiento a un gran ciudadano, con un acto de auténtica justicia…
Me refiero, charlatán de aldea, al reconocimiento que se hará al inmortal del deporte profesor Faisal Abel Hasbún, un hombre del baloncesto a tiempo completo, primero como atleta sin igual en las canchas y luego como mentor de juventudes. El Colegio Dominicano de La Salle, una institución educativa de sólo e indiscutible prestigio, de hecho instituye a contar de este año su torneo juvenil de baloncesto con el nombre de Faisal Abe Hasbún …
El baloncesto lasallista y la educación física en general debe mucho a los esfuerzos del profesor Abel Hasbún, quien se dedicó, en cuerpo y alma, y durante muchos años, a la enseñanza del viril deporte en las canchas del prestigioso colegio que, desde 1933, sentó reales en este difícil terruño. Ayer, viejo Magino, leí un trabajo en la sección deportiva de Hoy, suscrito por el colega Jeffrey Nolasco, en el cual se vierten muy merecidos elogios hacia el profesor Abel Hasbún. Estoy seguro, Maginito, que el inquieto y disciplinado muchacho aún prefiero llamarle así- recibió esos elogios con su modestia característica, especialmente el que lo cita como el discípulo número uno del inmortal Virgilio Travieso Soto, un hombre inolvidable en todos los aspectos de su vida y de quien siempre he dicho que si contáramos con mil ciudadanos de sus condiciones, este sería otro país…
La Salle, viejo Magino, hizo historia en el balonceto colegial, en una época ya remota pero recordada con cariño por los viejitos. Eran los días de las rivalidades con el Luis Muñoz Rivera y La Normal, aunque también, esporádicamente, con el Santa Teresita. Fue antes del decenio del 50 del pasado siglo cuando el recto y duro mexicano Hermano Guadalupe creó un departamento deportivo que culminó con una selección de primer orden para enfrentarlo a La Normal, el Muñoz Rivera y el Santa Teresita. Recuerdo que el quinteto lasallista allá por los años 1945, 46 y 47 lo formaban Mauricio Brinz, Rodolfo Pretto, Luis Abraham, Luis Ciino (Paviví) y Pedro Medina. Ya surgían, también, los Felipe, Seady, Daniel Pablo Bulos, Miguel Gautreau Cala y otros. Sin duda alguna que el baloncesto de esa época no podía acercarse a lo que es hoy ese deporte. Entonces era un juego lento, individualista si se quiere decir eso, carente de combinaciones de calidad, de muy bajas anotaciones en los scores. Pero era un juego apasionante en todo momento. Los lasallistas mostraban calidad y podían vencer al Muñoz Rivera y al Santa Teresita, pero siempre encontraron problemas a la hora de enfrentarse a La Normal del profesor Enrique Martí Ripley, un equipo fogoso, de tradición, y que en los años citados tuvo en Alvaro Fernández y Justo José Billini sus pilares más sólidos. Resulta paradógico decirlo, pero cuando el colegio fue trasladado de la Arzobispo Meriño, Hostos y Padre Billini hacia su moderno local de la Bolívar, la calidad de su baloncesto comenzó a decaer como decayó, también, a nivel colegial y escolar en toda la capital…
Faisal Abel Hasbún fue un ídolo en el baloncesto local. Joven, fuerte, ágil, educado bien por encima de todas las cosas, jamás se envaneció. Por el contrario, la sencillez le caracterizó siempre, como jugador de fuste, como dirigente de excepción, como entrenador desinteresado. El profesor Travieso Soto sentía una gran admiración por el turquito. No sólo por sus dotes atléticas, sino, muy especialmente, por sus condiciones ciudadanas. Y Virgilio, mi querido Magino, tenía un ojo clínico para eso. Es más, predicaba con su ejemplo y era exigente en grado sumo. Si no lo cree, pregúntele al Coctelero y a sus hijos…
Hoy, querido Magino, cuando los salallistas rinden justo tributo al profesor Faisal Abel Hasbún, propicia es la ocasión para recordar con cariño y con respeto a un hombre que no solo honró las canchas y enervó la dominicanidad con sus proezas en las mismas, sino que también honra a su país con sus limpias ejecutorias ciudadanas, con una vida ejemplar que tiene que ser orgullo para sus familiares y para sus compatriotas.