Coctelera

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No tengo que preguntarle hoy cómo se siente, mi querido Magino, Lo imagino. Tiene que estar avergonzado, irritado, anonadado. Lo de Higüey no es para menos. Más de cienta treinta vida humanas perdidas en cuestión de minutos trágicos. Vidas de reclusos, pero por encima de todas las cosas, vidas humanas. Ahora, como en anteriores ocasiones, vienen las lamentaciones, las designaciones de comisiones investigadoras, las promesas de mejoras carcelarias y otras cuantos pendejuanas más. Y después, lo más probable, ¡posición anterior! No es la primera vez que ocurre una tragedia en una cárcel dominicana, aunque es rigurosamente cierto que jamás se había visto algo similar a lo acontecidos en Higüey…

Mire, Magino, no le demos más vueltas al asunto, no busquemos culpables individuales por la tragedia. La culpa de todo es del sistema que nos domina, de un sistema que permite una corrupción en todos los órdenes, de la cual no pueden escapar las cárceles. Por el contrario, las cárceles son una prueba inequívoca del mal que nos aflige y aterra. Esa corrupción permite que se mantega, con toda su fuerza, esa especie de «axioma» carcelario dominicano de que «el preso no es gente»…

¿Cómo cree usted querido Magino, que una prisión se convierta en un centro de regeneración cuando se toleran tantos y tantos abusos, donde seres humanos viven hacinados como si se tratara de bestias? ¿No le avergüenza a usted, en gran medida, saber que un fino establo para caballos de carreras disponga de más espacio, para un equipo, que una celda que aloja más de cien reclusos?…

¿No le apena saber que cuando ese equipo se enferma tiene a su disposición excelentes veterinarios y medicamentos de primer orden, mientras que si el recluso no dispone de dinero para la cadena de corrupción que tiene que alimentar, corre el riesgo de perder la vida?…

Es cierto, muy cierto, que un presidio no es un hotel de cinco estrellas o cosa que se le asemeje. Pero tampoco puede constituir un depósito de seres humanos condenados por una u otra razón a penas de reclusión. El abandono de los presos a su propia suerte, el ponerlos al ´servicio´ de sus carceleros constituye una especie de ´estado cultural´ en República Dominicana. Como lo es, también, hablar de las reformas que se harán, que son necesarias, reformas que quedan en pura retórica y que se sacan a relucir cada vez que la tragedia enluta a familias dominicanas que ven morir, sin razón aparente, a sus seres queridos condenados por la justicia o retenidos por el capricho de hombres con poder…

Para comenzar, las cárceles dominicanas no cuentan con instalaciones que permitan un acomodo de la población penitenciaria. Por eso se ven los casos de presidios construidos para alojar una cantidad de reclusos, que tienen que soportar el triple de la población estimada cuando se levantó una construcción. Lo de Higüey es solo una muestra. Constantemente se habla de las dificultades que se confrontan en esta materia, de como alarma el número de presos preventivos a nivel nacional. Pero a la hora de la verdad, ¿qué se hace? ¿Se destinan recursos para construir cárceles modernas, en las cuales se pueda regenerar un buen número de presos condenados? Mire, Maginito, ¿no le avergüenza a usted oír a una autoridad decir que presos dañaron candados en Higüey y por eso no se pudieron abrir puertas para salvar vidas? ¿Cómo es posible que en pleno 2005 existan candados al alcance de presos para mantener ´seguras´ las celdas? ¿Es qué la premodernidad no tolera que las celdas se abran y se cierren por virtud de dispositivos electrónicos?…

Creo, Magino, que es necesario que se investigue cuanto ocurrió en Higüey. Cuando menos para darle una satisfacción a la sociedad pues lamentablemente nada devolverá la vida a quienes la perdieron en una forma increíble. Pero le pregunto, y lo hago de corazón, ¿moverá esta tragedia a las indiferentes autoridades dominicanas –indiferentes en todas las épocas cuando de presos se trata– a tomar medidas que dignifiquen la vida de los reclusos? ¿Se acordarán, esas autoridades, que esos reclusos tienen derecho a disfrutar de una vida decente y encauzarse por senderos de verdadera regeneración para convertirse en seres útiles? ¿Lucharán para acabar con la corrupción imperante en las prisiones dominicanas, o cuando menos para minimizarla? ¿O, en cambio, llorarán ahora un poquito por los muertos de Higüey y pasados unos días volverá a repetirse lo que ha sucedido durante años y años con quienes creen que el preso no es gente?

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