Coctelera

Coctelera

Mi querido Magino, aún cuando usted deje de disfrazarse en estos carnavales dentro de la cuaresma que se preparan en esta media cosita de «Corcho Island», abra bien los ojos para que no tenga que usar colirios por el resto de sus días con sus noches. Ahora tenemos que una vainita que se denomina Oficina de Asuntos Internacionales de Narcóticos y Cumplimiento de la ley –de los Estados Unidos, claro está– acaba de emitir un informe de Control Internacional de Narcóticos, que nos toca por todas las bandas. Primero que todo debe recordarse que esta pendejadita de las drogas no es un juego para muchachitos ni de muchachitos. Siempre resalta que los jerarcas acusados de manejar el tinglado sean hispanoamericanos, latinoamericanos o como usted quiera llamarlo. Hasta donde es del dominio público, no se conoce que esté en chirola algún Guabina Smith, un Menelao Brown o un Tracy Rocky, culpados de abastecer al mercado más grande del mundo. Cualquiera diría que son los inquilinos que se encuentran al sur de Río Grande

los únicos que facilitan los estupefacientes a los millones de indefensos consumidores de la tierra del Tío Samuel. Pero bueno, dejemos eso ahí y vamos al informe…

Sin duda alguna, viejito charlatán, que en cuanto toca a la República Dominicana, el informe contiene cuestiones que no pueden pasarse por alto. Poco o nada importa quien lo prepara. Lo que importa es cuanto se dice, y la forma en que se dice. Para comenzar, no es la primera vez que se escuchan cositas como esas de la penetración del mundo de los narcóticos en el medio quisqueyano, de cómo se incrementa el lavado de dólares en este bello país digno de mejor suerte y como quien menos corre, vuela, a la hora de la verdad. Es más, mi querido Magino, puede que haya que hacerse hasta cierta autocrítica, pues un dominicano, durante años, se pasó todo el tiempo denunciando cosas de éstas y se le hacía poco o ningún caso y hasta se le tildaba de fabulador. Me refiero, charlatancito de aldea, al conocido abogado y político Marino Vinicio Castillo (Vincho), quien fuera jefe de una comisión oficial sobre cuestiones de drogas y a quien jamás se le apretó la muñeca para denunciar la forma en que el narcotráfico penetraba nuestras propias entrañas. Hoy, ante los acontecimientos presentados, habría que concluir que el doctor Castillo no solo disponía de excelentes informes sino que conocía muy bien el terreno que pisaba…

El informe gringo, después de recordar cositas que han ocurrido por aquí en los últimos tiempos, dice una verdad como un templo, aún cuando esa verdad duela a júreles y a sardinitas: en el país existen muchas leyes, leyes para castigar los distintos delitos que se cometan pero es visible la debilidad de la autoridad para la aplicación de esas leyes. No podemos negar eso, caro viejito. Y esa cosita no es nueva. Desde los días de la dictadura de Rafael L. Trujillo, aquí hay leyes «para todo». Cuando ocurre es que, al parecer, sigue vigente el malhadado postulado de que las leyes «son hechas para aplicarlas a los enemigos»…

Vergüenza debería provocarnos el hecho de que tengan que ser organizaciones internacionales o gobiernos extranjeros –Estados Unidos y algunos de la Unión Europea– los que se encargan de recordarnos que es necesario el combate a la corrupción, en forma decidida, para reparar daños muy recientes. Como vergüenza también debería causarnos el hecho de que, a lo interno, gente que debería sentirse obligada a corregir entuertos, a castigar faltas, tengan la cachaza de auspiciar el manto del olvido para hechos a todas luces delincuenciales. Y, peor, todavía, que gente que ha vivido pregonando su amor por la libertad de expresión, defendiendo públicamente la libertad de prensa, busque mediatizar, aún más, esa libertad, gestionando el ocultamiento de hechos que, por ocultarlos, no ha dejado de ocurrir…

Mire, Maginito querido, cierre con esta anécdota: en una ocasión, un orador dominicano, muy adicto al consumo de alcohol, pronunció un discurso delante de un auditorio al cual fustigó por algunas de sus ejecutorias. Uno de los más prominentes asistentes al acto, al concluir el orador su trabajo, no perdió tiempo para decirle: «Usted no es más que un borracho». El orador, medio tambaleándose, le contestó: «Sí, tú tienes razón, yo estoy borracho, pero lo que no están borrachas son las cosas que acabo de decir».

Publicaciones Relacionadas

Más leídas