Coctelera

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¡Hola, don Magino! ¿Qué hay del metro? Eso va, al parecer, aunque le dan jíbriga al proyecto que eso manda madre. Por cierto, ayer se publicó en HOY un trabajo firmado por Emilio José Brea García que pone a pensar a cualquiera. Ni modo, qué bueno es poder discutir abiertamente los pro y los contra de una idea…

¿Que el gobierno se encargará de manejar el hipódromo Quinto Centenario a contar del 29 de abril próximo? ¡Se fuñó la bicicleta. Ahora se afirma que el gobierno ´remodelará´ la instalación hípica y la operará por dos añitos y pico, para entonces llamar a una licitación internacional. Magino, ¿pero esta gente no tiene ya suficiente con lo que maneja, que busca echarse encima otro centro de juegos, esta vez un hipódromo? La verdad es que nadie escarmienta en cabeza ajena…

Leo que entre los pensionados del Ejército Nacional se encuentra un sargento que cuenta ¡81 años de edad! Carajo, Magino, ¿y cómo diablos podía estar en las filas militares un hombre de más de 80 años? ¿Qué control del diablo hay sobre todo esto? ¡No sea usted pendejo!…

¿Sabía usted, viejo Magino, que mientras mucha gente leía el informe sobre los derechos humanos en el país, informe que prepara el Departamento de Estado de los Estados Unidos, se divulgaba la película que muestra a un par de salvajes de AMET propinando una golpiza con sus armas a un ciudadano?

¡Y después nos quejamos!…

Caro viejo, a todo dominicano debe preocupar el déficit de aulas escolares. Por más esfuerzos que haga el gobierno, ese déficit persistirá. Y jamás se resolverá con las pendejadas que hablan funcionarios oficiales. No se por cuales motivos, mi querido Magino, no se busca variar la política de construcciones escolares. El dichoso programa gubernamental contempla la construcción de los llamados ´palacios escolares´, aún en las más apartadas zonas rurales del país. Se levantan edificaciones que cuestan millones y millones de pesos y luego no se asigna un solo centavo para el mantenimiento de la obra. Cuando pasan unos dos añitos, ni modo, a reconstruir el plantel y a gastar, nueva vez, otros milloncitos. ¿No es posible que el Estado varíe su política de construcciones en esa materia? ¿No se pueden levantar construcciones rústicas, –a lo Carrefour– construcciones funcionales, dotadas de instalaciones sanitarias, y que permitan a los niños recibir educación en ellas? No me vengan con el cuento de que esas edificaciones son vulnerables a los huracanes y que el país está en una zona de peligro en ese aspecto del asuntito. ¿Cuándo un huracán ha afectado ciudades del Cibao Central destruyendo propiedades a no ser por los daños de las aguas? ¿O acaso pasa un ciclón cada año por nuestras costas sureñas y del Este? Además, ¿quién ha dicho que construcciones rústicas, bien hechas no pueden resistir ciertos huracanes? El secreto está en otra cosa…

Recuerdo que el entonces presidente Balaguer, en una de sus salidas raras, designó al señor Horacio Alvarez Saviñón, presidente del Año de la Educación. No recuerdo el año, pero sí que el nombramiento sorprendió a más de medio país, pues Alvarez Saviñón era reputado como un industrial trabajador a carta cabal, un hombre que había hecho el último centavo de su fortuna a base de puro sudor, pero quien carecía de formación académica. El mismo decía que no había podido acudir a un centro de educación superior, pues desde muy jovencito tuvo que fajarse de campana a campana…

Pasados unos cuantos meses al frente del cargo honorífico que desempeñaba, pregunté a Horacio, con cuya amistad me honraba, como le había ido. «Muy mal», me respondió. Me dijo que contaba con recursos económicos suficientes para trabajar pero que no había podido lograr que ingeniero alguno le construyera un plantel escolar en zonas rurales, pues él quería galpones con instalaciones sanitarias en los cuales se pudieran hacer divisiones que permitieran la creación de aulas escolares. Horacio deseaba que en cada centro escolar de esos se invirtieran sumas que no pasaran –en esa época– de veinte o veinticinco mil pesos cada una, pero los ingenieros con los cuales hablaba deseaban marcharle a millonarios palacios escolares, algo que él rechazaba con todas sus fuerzas. El año de la educación concluyó sin pena ni gloria, en ese aspecto, pues un hombre honrado hasta la tambora rechazó el lucro que buscaban unos cuantos vivos que buscaban su bienestar personal y al carajo con el analfabetismo imperante.

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