Coctelera

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¡Felices Pascuas, viejo vagabundo! Ya se lo había dicho antes, pero me viene en ganas hacerlo otra vez. Y como eso no paga Itebis ni cosa alguna parecida, de esas que inventan los fiscalistas, se lo diré más veces que el carajo. Espero que pasara una noche feliz, junto a los suyos, después de evadir los sablazos de ley de los marchantes que se acuerdan, una vez al año, que son «padres de familias», con obligaciones que cumplir…

Mire, don Magino, vamos a entrar en este período que falta para concluir el año, con unas cositas que le probarán a usted que el hombre, en cualquier tiempo y pese a sus defectos, ha tenido que soportar a los políticos. Eso no significa, necesariamente, que los políticos no sean también hombres. Algunos, eso es muy evidente, lo son. Pero cada día, viejo sinvergüenza, oye usted cosas de los políticos que ponen a ver hasta los ciegos que venda la Lotería -dicho eso con todo respeto- y a los sordos a oír a ciertos `líderes` que se pasan la vida guapeando y hablando pendejadas…

¿Usted no cree eso? Pues mire, correligionario, hace unos añitos, en 1855, es decir, hace casi ciento cincuenta períodos de doce meses cada uno-, contiene desperdicios al definir situaciones que involucran a los políticos como actores principales o directores exclusivos de escenas…

Hoy devoro copia de esa obra, que me obsequió el pariente y amigo Ramón Bona Rivera y es difícil encontrar otra cosuanita escrita hace tanto tiempo y que pinte con tanta crudeza cuestiones que se muestran en los albores del 2005 a cargo de los mismos charlatanes y vividores. Por ejemplo, ¿quiere usted saber como definía, en 1855, el señor Rico y Amat el vocablo corrupción? Pues sencillamente lean: «Epidemia contagiosa que hace estragos horrorosos en el país de la empleomanía. Los periódicos en su parte sanitaria anuncian con frecuencia la marcha al extranjero, con objeto de mudar de aires, de algún depositario de fondos públicos, atacado mortalmente de esa enfermedad, la conducción al lazareto del Saladero de otro empleado invadido y socorrido a tiempo, y una porción de casos semejantes que tienen alarmada a todas horas a la sociedad. Si los resguardos de Melilla y Peñón de la Gomera no establecen oportunamente un cordón sanitario y hacen pasar una rigurosa cuarentena a los que sienten los primeros síntomas, el desarrollo será escandaloso y las consecuencias muy fatales». ¿Qué le parece esa definición? ¿Cree usted que eso llegará por aquí, pues a lo mejor los políticos locales hablan de las exageraciones de la prensa y otras lindezas?….

Usted debe recordar, Maginito, las protestas que surgen cuando un Congreso dominado por opositores al gobierno le cae arriba a una ley y comienza a ponerle parchitos. Esos parchitos se denominan enmiendas. Pues bien, viejo estafador, ¿sabe usted como definió Rico y Amat ese vocablo enmiendas? Pues vuelva a ver con tranquilidad: «Piedras arrojadas por las oposiciones en el camino de la discusión de alguna ley, cuya terminación se une a intereses al gobierno. De ese modo va tropezando el debate a cada paso, y si no logran que caiga, consiguen al menos retardar su marcha y ganar tiempo; para los parlamentarios ganar a veces un día es ganar la victoria. Cuando la discusión tropieza en la primera piedra acuden a sostenerla los ministeriales con todas sus fuerzas hasta que logran separar aquel obstáculo del camino; a los pocos pasos tropieza en otra y hacen lo mismo. Si no cae en el primer tropezón, por más piedras que haya en el camino, la discusión sigue por él hasta que llega a su término. Pero hay leyes que tropiezan tanto en esas piedras arrojadas por la oposición que, si bien determinan su marcha sin rodar por el suelo, llegan tan lastimadas que no tienen fuerza para sostenerse en pie por mucho tiempo». ¿Cree usted que hemos visto cosas como ésas en nuestro Congreso en alguna ocasión? Si me dice que sí, usted no es más que un hablador…

Y vamos a concluir, por hoy, con la definición de financiero, algo siempre de moda, para que usted coja y deje: «Político que maneja la Hacienda pública con algún desparpajo. Con solo traducir o reformar un sistema tributario, o bien confeccionar un arreglo de la deuda, ya se llama por sus paniaguados talento financiero. Si ese adjetivo tiene alguna analogía, como algunos suponen con el verbo finar, les cuadra bien a ciertos hacendistas que a veces casi finan o dan fin de la Hacienda pública». ¿Qué le parece a usted, don Magino, estas apreciaciones hechas en 1855? ¿Cree usted, todavía, en ciertas pendejadas que le inyectan, como si se tratara de penicilina para combatir una blenorragia? ¿No cree usted que quienes se equivocaron en sus métodos fueron los marxistas, no Marx, al definir ciertas vagabunderías del capitalismo, sobre todo del salvaje que campea en esta pequeña media isla que se unifica sin que usted se dé cuenta por come jaibas, por chulo, por pendejo?

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