Coctelera

Coctelera

Buenas, querido Magino. Vamos a sostener hoy un dialoguito un tanto refrescante, para iniciar tranquilitos la nueva semana laboral. ¿Estamos? A usted no le queda más ramedio que aceptar eso, aunque preferiría que discutiéramos sobre las denuncias anti-Código Penal Procesal formuladas por el magistrado Papi Luciano, los problemas del TLC, las pensiones legislativas, los tablazos en los precios de los combustibles y veinte mil firmas más. Pero, ¡coja!… El Coctelero conoció a Felipe Rojas Alou allá por el año de 1952, cuando el hoy exitoso manager de Grandes Ligas era un joven y fornido atleta de campo y pista, en los días del viejo liceo Juan Pablo Duarte, entonces llamado “Presidente Trujillo”, liceo contiguo al estadio de béisbol en el cual se construyó una rústica pista de atletismo. Llamaba la atención la velocidad de Felipe, pese a su corpulencia, pero no era solo como velocista que sobresalía. En las competencias pre Centroamericanas y del Caribe —efectuadas en México en 1954— Rojas Alou fue una verdadera sensación y recuerdo que, en el lanzamiento de la jabalina, sin un entrenamiento científico, lanzó 218 pies, cuando la marca regional estaba en manos de Reinaldo Oliver, de Puerto Rico, con 224. El profesor Virgilio Travieso Soto, dirigente educativo y deportivo, gloria nacional y hombre fuera de serie por su honradez y civismo, solía decir que si Felipe hubiera pertenecido a una universidad estadounidense, hubiese sido un atleta de pista y campo con posibilidades de lograr marcas mundialistas… Rojas Alou formó parte de la delegación a los Centroamericanos de México, en atletismo, equipo que dirigió el inolvidable e inmortal del deporte, Fernando A. Soto P. —suegro del Coctelero para más señas—. El callado atleta tuvo una discreta participación en pentatlón, pero aun así llamó la atención por sus condiciones físicas. Todos sabemos que el atletismo, en esa época, era prácticamente letra muerta en el país. Por eso Rojas Alou, poco después de su regreso, jugaba béisbol de aficionados. Si la memoria no me falla, creo que cerró filas en el conjunto “Trópico”, que reunía una constelación de astros de la época y que, en una ocasión, con el zurdo Héctor Ravelo sobre la colina central, blanqueó a los profesionales del Licey, que contaba en sus filas nada menos que con don Alonso Perry. Vinieron los Panamericanos, también efectuados en México, en 1955, y Felipe regresó a la Ciudad de los Palacios, esta vez como cuarto bate del conjunto que ganó el título bajo la dirección de otro inmortal, Fernando A. Vicioso V. (Bolo)… Horacio Martínez, el incomparable torpedero que hizo historia en las Ligas de Color, tenía un ojo clínico para buscar talento y ese ojo se había puesto sobre la figura de Felipe. Logró firmarlo para Alejandro Pompez, el mismo de los famosos New York Cubans, un scout cotizado en la organización de los Gigantes y así el mayor de los Rojas Alou se va al Norte… Para Felipe no fue fácil desarrollar su carrera, pues aún prevalecían condiciones de prejuicios raciales. El se desanimó mucho cuando militando en Lake Charles, en una campaña de entrenamiento, sus compañeros Danilo Rivas y Chichí García fueron bajados y a él mismo no se le daban las oportunidades que creía merecer. Recuerdo que me escribió una carta expresando su pesar y hasta su disposición de hacer mutis. Le contesté con sincero afecto y lo exhorté a que no desmayara, a que no se mortificara por el hecho de que el manager Red Davis estuviese presto a bajarle. Le dije que Red Davis le había visto aquí —Davis dirigió el Escogido— y nadie mejor que éste conocía sus excepcionales condiciones. Felipe fue enviado al Cocoa, un clase D de La Florida. Sus marcas allí fueron históricas y desde entonces su carrera fue meteórica: Michigan City, Phoenix y ¡las mayores! Nada hay que decir sobre su rutilante carrera y su paso por distintas franquicias. Felipe fue un jugador estelar, que mostró conocimientos del juego en todos los órdenes, lo que le valió que, tras su retiro, fuera contratado para enseñar y dirigir… Hoy, Magino, ese dominicano excepcional acaba de conquistar su triunfo número mil como piloto de Liga Mayor y lo logra con la franquicia con la cual comenzó su carrera. Felipe Rojas Alou, Maginito, es un dominicano a tiempo completo, un hombre que ha desarrollado una vida ejemplar y ha constituido un ejemplo para los deportistas en todos los órdenes. Es el patriarca de una familia de beisbolistas, que la conforman también sus hermanos Mateo y Jesús Rojas Alou y su hijo Moisés Rojas Beltré, todos atletas que han sentado cátedra de bateo en las Grandes Ligas, y a quienes la fama no los alejó de la práctica beisbolera en la nación que los vio nacer y hacerse hombres. Para Felipe, Maginito querido, las más sinceras congratulaciones del Coctelero, quien le profesa hoy el mismo afecto de aquellos cálidos y polvorientos días del viejo estadio de La Normal.

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