Coctelera

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Buenas, mi querido Magino. Parece, viejo inmigrante, que las cosas están «color de hormiga» en el vecino Haití. Leo en El Nacional de ayer domingo un despacho internacional en el cual se habla de la posibilidad de que el gobierno de Gerard Latortue aliente a las Naciones Unidas para que establezca un fideicomiso o «protectorado» en la convulsa nación. La ONU ya tiene una presencia militar en Haití, presencia que de poco ha valido para mantener el orden público. Esa es la presencia provocada por los Estados Unidos, la gran potencia que no ha podido «consolidar» su intervención «a favor» de los haitianos y que luce perdido en esa pequeña república caribeña…

Mire, Maginito, cuando oí hablar de «fideicomiso» o «protectorado» me vino a la mente una conversación sostenida hace más de un cuarto de siglo en la redacción de El Caribe. Recuerdo, como si la estuviera escuchando ahora mismo, la posición que sustentaba el colega Alvaro Arvelo hijo, quien favorecía el establecimiento de un fideicomiso dirigido por las Naciones Unidas, algo que estimaba inevitable dada la situación imperante en un Haití que él creía inviable como nación…

Esa posición sustentada por Arvelo hijo –que nunca compartimos– la escuchamos en varias ocasiones en los años subsiguientes y tal parece que los hechos dan la razón al veterano periodista y caro amigo. La situación haitiana nunca ha sido buena. Ya parece que en el futuro inmediato tampoco lo será. Cierto es que al sacudirse del yugo de una dictadura férrea, los haitianos se dieron un gobierno constitucional después de pasar por períodos en que la férula militar controló los resortes políticos. Cierto es, asimismo, que ese gobierno constitucional en un pueblo con un elevado índice de analfabetismo, bajo en salubridad y sumido en una espantosa miseria, ese gobierno repetimos, cometió errores garrafales y mostró asomos de intolerancia, hechos que fueron capitalizados por fuerzas negativas respaldadas por un poder imperial que mucho hizo para dar al traste con la legalidad…

Los acontecimientos posteriores mostraron el poder de una masa que seguía al líder derrocado –Jean Bertrand Aristide– y los Estados Unidos, usando nueva vez al entonces presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, quisieron limpiar su imagen, encargándolo de una campaña internacional que mostraba la necesidad de reponer al derrumbado en el mando. Aristide volvió en hombros norteamericanos, con tropas y cañones a su servicio. Pero bien pronto se probó que la democracia no se impone a la fuerza ni se exporta. Aristide volvió a la carga. Su régimen se descompuso rápidamente y los norteamericanos se encargaron –a lo mejor de buena fe– de complicar las cosas con la disolución del Ejército, en vez de limpiar el mismo, corrupto hasta la médula y junto a segmentos del poder civil impuesto, íntimamente vinculado a la creación de un narco-estado, algo que no existía hace poco más de un cuarto de siglo…

¿Qué pasa hoy en Haití? Si nos guiamos por los despachos internacionales de prensa y por informes de diplomáticos, el caos impera en el vecino país. Es cierto que será muy difícil el establecimiento del acostumbrado «orden institucional» que conocemos sin contar con las fuerzas que siguen a Aristide, depuesto por segunda vez por su antiguo protector yankee, que perdió las esperanzas en el antiguo sacerdote, controversial en todos los ordenes de su vida pública. Parte del territorio haitiano es manejado por antiguos militares, enemigos acérrimos de Aristide, y esos ex militares no han sido puestos bajo control de las tropas interventoras de la ONU ni de Estados Unidos. Los esfuerzos que hace Latortue resultan inútiles. No hay apoyo verdaderamente popular para su «gobierno». Los haitianos se dividen cada vez más…

Esta situación no solo es muy penosa para los dominicanos. Es también explosiva. Explosiva como quiera que se le mire. Cualquiera creería –y eso merece hasta una autocrítica– que el expresidente Joaquín Balaguer tenía razón cuando fijaba una posición en contra de la actuación norteamericana en Haití, algo que, sin duda alguna, le costó el retiro del respaldo yankee al fenecido mandatario con su consiguiente sacada del poder. Por más vueltas que se le de a este enojoso asunto, el peligro para los dominicanos, a través de la línea fronteriza, es una patente realidad, pues hay que repetir la vieja oración de que cuando Haití estornuda, República Dominicana contrae un resfriado. Vistas las cosas hoy, a más de veinticinco años después, ¿tiene Arvelo hijo razón en lo del fideicomiso? Cuando menos ya esa no es solo una opinión personal. Es también una especulación internacional.

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