No me pregunte el año, don Magino, pues no lo recuerdo. Era Viernes Santo, a media mañana. Don Manuel penetró al despacho del director de HOY y lo primero que hizo, en una demostración de sencillez inigualable, fue pedir excusas por entrar sin anunciarse, dado que la oficina de la secretaria se encontraba desierta. El día era no laborable. El afable don Manuel, después del saludo cordial de rigor, se sentó y me explicó una dificultad que pasaba un amigo, vecino del diario, a quien acababa de visitar. Después de escucharle, le dije que, en Viernes Santo, le hacía en la playa, en una montaña, o en su casa, disfrutando de un merecido descanso. Sonriente, me respondió que había abandonado su oficina en la Emilio Prud`Homme, por un momento, para ver como ayudaba al vecino amigo. Pero me ripostó, al mismo tiempo, que el Coctelero se encontraba en su oficina y no precisamente dedicado al reposo que se estila durante días de la Semana Mayor. Rechacé cualquier comparación, pues sabía, como se ahora y lo supe siempre, que don Manuel era un monumento viviente al trabajo…
Ayer, en la funeraria donde se encuentran expuestos sus restos, un señor se me acercó y me dijo, al comentar la muerte de don Manuel: «El me dio una lección que me hizo comprender que siempre había que trabajar y que no había trabajado que avergonzara. Una vez, hace muchos pero muchos años, le visité y me quejé de que no tenía trabajo. El, antes de responderme, me pidió que le alcanzara una tasa de café en la esquina de su negocio y me entregó una moneda de cinco centavos, cuando la moneda fraccionaria todavía existía y con poder adquisitivo. Le complací y después que le llevé el café, don Manuel me dio, a manera de propina, una moneda similar a la que me entregó para buscarle el café. Entendí claramente el mensaje. Siempre había trabajo, solo había que buscarlo. Esa fue una lección a un desempleado, que era yo, y que me ha servido hasta el día de hoy»…
En horas de la tarde, en un grupo que se reúne alrededor de la cafetería del Supermercado Pola de la Sarasota, un querido amigo, ingeniero él, al referirse a la muerte de don Manuel, lo definió en muy pocas palabras, que anoté cuidadosamente: «Murió un hombre bueno, un hombre que nunca le hizo un mal a persona alguna, pese a desenvolverse en un medio como el comercio, donde se dan tantas zacandillas»…
Lo que mas me impresionaba de este hombre excepcional era su amor al trabajo y su extraordinaria sencillez, su humildad. Fama y fortuna jamás le afectaron. Al Coctelero siempre le trató con afecto y ese afecto siempre fue recíprocado. Solía recordar la memoria de papá con respeto y me dijo tener razones de peso para hacerlo. Jamás me las reveló y el Coctelero, por delicadeza, nunca le preguntó cuales eran. Si era objeto de lo que él consideraba un elogio, tomaba un teléfono y llamaba para agradecer lo que él estimaba un cumplido y el Coctelero un acto de justicia. Don Manuel vino al país muy jovencito, prácticamente un niño. Su hermano Ramón ya se encontraba establecido aquí. Don Manuel comenzó a trabajar, –él lo recordaba con orgullo–, desde que abordó el barco que le trajo. En el país, el trabajo fue su vida. Sin salarios lujosos, sin cosas que se le parecieran, se privaba de diversiones y centavo que podía ahorrar, pues lo ahorraba. Después de un regreso a España en 1930, volvió cuatro años después, ya casado y con el único hijo del matrimonio con doña Sera. La pareja se dedicó todo el tiempo a trabajar y desde muy jovencito el hijo, Pepín, se incorporó a ese tren. El resto es parte de la historia. Todos la conocemos muy bien. El Grupo Corripio, diversificado, es uno de los más grandes del país y generador de riquezas para la nación que abrió sus brazos a don Manuel y a la cual éste le respondió con amor, con respeto, con gratitud…
Don Manuel Corripio García, mi querido Magino, falleció anteanoche en esta ciudad, próximo a cumplir 97 años de edad. Su muerte nos entristece. Aunque su deceso era esperado desde hacía días, nadie se prepara para recibir con frialdad la desaparición física de un hombre que simbolizaba y simboliza lo que esta país más necesita para salir de la crisis que lo enferma: trabajo y hombría de bien, laboriosidad constante y bondad. ¡Siempre recordaré con cariño a esta amigo ido! Paz a sus restos y mis condolencias públicas a todos sus seres queridos, especialmente a sus hijos José Luis y Ana María.