Coctelera

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Tengo entendido,  mi querido Magino, que unos cuantos dominicanos viven como reyes con los ingresos que perciben por la explotación de recursos naturales que se supone son propiedad de todos los criollitos. A esos ricos explotadores, no les importa un carajo la suerte de millones de compatriotas, usando ese término para ser algo generoso con quienes deberían estar frente a las barras de un tribunal y luego tras las rejas de una celda.

Esos carajetes, mi querido Magino, se han dado gusto saqueando bosques y ríos y hoy toman agua importada mientras el grueso de la población de Santo Domingo, para lograr un poquito del líquido, pasa las de Caín. Mire, don Magino, ese problema de la escasez de agua es más grave de lo que parece. Años y años tumbando árboles a la vista de autoridades complacientes o cómplices pagan hoy sus dividendos. Años y años de la extracción indiscriminada de materiales de los ríos, también ante la apatía o la complicidad oficial, contribuyen al agotamiento de las fuentes de abastecimiento del líquido. La situación de escasez que se vive por estos laditos, viejo vagabundón, no se resolverá hablando pendejadas o repartiendo agua en camioncitos. Por cierto, ¿cuántos se han enriquecido con la venta de agua en camiones? En primer término, el agua se obtiene prácticamente sin costo alguno y se vende más caro que el alcohol durante la ley seca norteamericana. Para enfrentar esta crisis, Magino, se requiere tremenda voluntad política y, como decía el fenecido Luis Homero Lajara, macana contra los depredadores de la naturaleza. Ojalá tener a mano un viejo folleto editado hace muchos años por el fenecido Frank Piñeyro, cuando dirigía la CAASD. El folleto reproducía un artículo escrito por el superbo Gabriel García Márquez, quien lo tituló «Caracas, sin agua». El infierno del Dante era un bizcochito comparado con el cuadro descrito  por Gabo. ¿Queremos pasar una situación similar?…. Sé, porque  le conozco bien, desde que éramos niños, que a Hugo Tolentino Dipp no le tiembla el pulso ni se le aprieta el pecho para decir sus verdades y defender las causas en las cuales cree. Ahora advierte, Hugo, que si nuestros gobiernos continúan tratando la inmigración «a retazos» y no se detiene el tráfico ilegal y el negocio de militares, buscones y empresarios, la traída de braceros, con el paso de los años, puede convertir a cientos de miles de haitianos en unos parias enemigos de los dominicanos. Mientras fue canciller, en la pasada administración, Hugo mantuvo una posición firme en cuanto a la migración se refiere, pero circunscrita, como se debe, al cumplimiento de la ley. El fino intelectual que es Hugo defiende las repatriaciones, pero explica que éstas tienen que hacerse de una manera sistemática, organizada, respetuosa de los derechos humanos de los repatriados y acorde con los acuerdos internacionales que reconoce el Estado de ejercer su soberanía en materia migratoria…. Hugo censuró,  con razón, la forma en que se emplea la obra de mano ilegal y recuerda cómo productores agrícolas y sectores aprovechadores defienden, hasta públicamente, el uso de esa ilegalidad. No se anduvo por las ramas para recordar que el dictador Rafael L. Trujillo limitó la matanza de haitianos, en 1937, a la zona Norte pero no tocó los braceros que servían a los ingenios norteamericanos y a otros también de capital privado. Sacó a colación, entonces, cómo Trujillo usó esos braceros cuando adquirió la propiedad de los ingenios…. Hugo expresó  los conceptos citados al realizar una excelente presentación del libro «La agresión contras Lescot», el volumen III de la serie «Trujillo y Haití», nueva obra del prolífico autor Bernardo Vega. Conocedor profundo de la historia de las relaciones domínico-haitianas, Hugo destacó la forma inhumana en que determinados sectores se han querido aprovechar del antihaitianismo y explicó, de manera admirable, que ese antihaitianismo no hace mejores dominicanos. Recordó cómo el expresidente Joaquín Balaguer se valió del anti-haitianismo para cerrarle las puertas presidenciales al líder perredeísta José Francisco Peña Gómez, y deploró que los peledeístas -a quienes no citó por esa calidad- hicieron lo mismo en 1996, olvidando las enseñanzas de su fundador, profesor Juan Bosch. Hugo le ha prestado un nuevo servicio a la sociedad dominicana al referirse, como lo hizo, a un asunto tan delicado como es el de las relaciones entre dominicanos y haitianos. El antiguo profesor universitario y rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo siempre ha estado muy definido en cuanto a ese asunto respecta, abogando por un estricto cumplimiento de la ley y del respeto a los derechos humanos. Eso le ha valido que representantes de la caverna criolla, partidarios del «exterminio total» a su manera, hayan tenido la osadía de calificar de «haitianófilo» o «pro haitiano» al distinguido intelectual que no es ni una cosa ni otra, sino un dominicano, a carta cabal, a todas las horas del día y de la noche.

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