Coctelera

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¡Salud y peseta, mi querido Magino! Tengo para decirle, caro viejo explotador, que primero fue el aguerrido y preciso Pastor Vázquez para HOY. Luego vino la siempre bella y sensible Mariasela Alvarez para la televisión. Ambos recogieron, hace algún tiempo, las inquietudes del valiente y capacitado sacerdote católico Christopher Hartley S, párroco de San José de Los Llanos, con unos timbales tan grandes como la bóveda de la basílica de San Patricio, que regenteó una vez en Nueva York a la hora que se trata de denunciar los abusos a que son sometidos los braceros haitianos y dominicanos en los bateyes del Este de la República, muy especialmente los que vienen del paupérrimo país que comparte, con nosotros, el dominio de una sufrida isla…

Ahora correspondió al periodista Gerardo Reyes, del Nuevo Heraldo de Miami, fajarse de campaña a campaña con el padre Hartley S., y éste, nueva vez, no vacila cuando se trata de gritar al mundo que por aquí manejamos a los braceros haitianos cual si se tratara de un simple material gastable y los «mantenemos» en peores condiciones que las denunciadas, hace unos años, por prensa norteamericana al referirse a los braceros jamaiquinos vejados en los cañaverales de la sureña Florida estadounidense…

¿Ha dicho algo nuevo el sacerdote Hartley S.? Cualquiera diría que no, pero se da el caso de que uno se irrita cuando le recuerdan cómo «viven» seres humanos que huyen de la miseria de su país para perecer, en la más abyecta pobreza, en la nación que consideraron su «sueño». Mucho se habla, en esta media isla, del peligro que representa la masiva migración haitiana, la ilegal o indocumentada. No ponemos en duda que la carga es sumamente grave y peligrosa, máxime cuando el país nuestro atraviesa por una severa crisis económica y social, aun cuando se pudiera pensar que la crisis moral es peor que las ya citadas…

Pero, don Magino, ¿ha pensado usted, alguna vez, cómo nosotros mismos nos descalificamos a la hora de responder a quienes nos acusan de maltratar a los haitianos? Desde hace años hemos denunciado la forma en que son tratados los braceros en los bateyes, braceros que son explotados en forma inmisericorde y que son amontados en zonas donde falta hasta la gracia de Dios. Hubo una época en que el Estado se unió al capital privado para reventar a esos braceros, que eran negociados, en Haití, como si se tratara de cabezas de ganado. Poblados y poblados fueron formados con esos braceros y la mano del Estado siempre estuvo ausente de esos poblados, sobre todo en materia de salud y de educación. ¿Cómo concibe usted, viejo Magino, que los animales dispongan de buenos abrevaderos en zonas cañeras y en un batey exista una llave de agua para seiscientas personas? ¿Qué clase de sangre tiene la gente que ha soportado esos abusos a través de los años?…

Mire, don Magino, creo, ciegamente, que este país necesita controlar la migración haitiana, la migración indocumentada y que debe regularizar la entrada de los vecinos. Pero también creo, y lo repito por enésima vez que tiene que ponérsele fin a la vulgar explotación del hombre por el hombre, en todos los órdenes y en todos los lugares. Hoy estamos en unas condiciones en que los brazos dominicanos han huido del campo y han sido reemplazados por los haitianos. Lo mismo ocurre en la industria de la construcción. Es posible que las condiciones, en esos sectores, hayan mejorado con el paso de los años, pero en los bateyes aún persiste un primitivismo que espanta y que hubiera convencido al colombiano José Eustasio Rivera que «La Vorágine» que concibió por la deshumanización imperante en las plantaciones de caucho de América del Sur constituía un texto infantil…

Magino, nos irritamos por los excesos en que incurren organismos internacionales que nos enjuician. Pero pasamos por alto que damos, a esos organismos, la materia prima para que construyan hasta las exageraciones que nos ofrecen cada año: un irrespeto total a los derechos del hombre en determinadas zonas en que los abusos están a la orden del día. Nos irritamos con lo que dicen de nosotros el Departamento de Estado norteamericano, American Watchs, Amnistía Internacional, la Unión Europea y hasta la desacreditada OEA. Pero en verdad muy poco hacemos para que desaparezcan las causas de esos informes. ¿Es que nos duele que nos digan cuanto pasa en nuestro suelo pero somos indolentes ante hechos reales? Digan cuanto digan, Maginito, este país necesita, aunque vengan de playas extranjeras, muchos hombres como el sacerdote católico Christopher Hartley S.

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