Coctelera

Coctelera

Mi querido Maginito, sean mis primeras palabras para formular votos por el pronto restablecimiento del viejo amigo doctor Salvador Jorge Blanco, expresidente de la República y alto dirigente del opositor Partido Revolucionario Dominicano (PRD). El doctor Jorge Blanco fue hospitalizado anteayer en la clínica Abel González, de la Abraham Lincoln, de esta ciudad. Que Dios le de salud al estimado amigo…

Maginito, se, de sobra, que este dialoguito de hoy no ganará un concurso de popularidad pero ¿qué le vamos a hacer? No hay duda que la ola delincuencial que azota el país causa honda preocupación a amplios sectores de la ciudadanía. Y como esa ola, ni modo, tanto o más preocupa la descomposición moral que se observa y la debilidad de la autoridad para enfrentar hechos que corroen los cimientos de la misma sociedad. Pero dígame una cosa, viejito charlatán y apoyador, ¿surge esa situación por generación espontánea o es, acaso, que hoy cosechamos lo que hemos venido sembrando desde hace muchos años?…

Para mucha gente, el climax de esta descomposición se mostró cuando un hombre acusado de la comisión de innumerables delitos por la Policía, y muerto a tiros hace unos días, fue sepultado con «honores» que le otorgaron sus compañeros y amigos de barrio, incluyendo el de envolver el ataúd que contenía sus restos con la bandera nacional y lanzar disparos al aire ante la mirada indiferente pero prudente a mi juicio, de agentes policiales que escoltaban la marcha-sepelio…

Mire, Magino, las protestas y líos barriales no constituyen novedad en esta ciudad capital. Lo que ha cambiado es el estilo y la motivación. Durante años, las protestas en esos barrios se realizaban con huelgas auspiciadas por políticos de la oposición a los gobiernos que presidió el doctor Joaquín Balaguer. La mayoría de las manifestaciones que acompañaban las huelgas consistían en lanzamientos de piedras y de zafacones repletos de desperdicios para obstaculizar el tránsito. Aun cuando se conocía el trasfondo político de las manifestaciones, ningún caso se hacía a las exigencias que se formulaban –sobre todo generación de empleos, capacitación laboral, salud y educación–. Y para colmo, no seamos hipócritas, hacíamos una especie de silencio cómplice ante las manifestaciones represivas de las autoridades, autoridades que estimaban que con el asesinato de jóvenes que no eran «notables» y con la detención de otros se solucionaban los males, pasando por alto un hecho muy cierto: desde los días de la colonia se ha estado matando gente aquí y los problemas persisten pues jamás han sido atacados en su raíz…

Los años pasaron y una aparente tranquilidad política se instauró, pero surgió, entonces, un tráfico de narcóticos que, poco a poco, fue penetrando a la juventud barrial y se desató una lucha por el control de la distribución, lucha en la cual la autoridad no solo se cruzó de brazos, sino que metió esos brazos en el negocio, para sacar grandes tajadas de las operaciones que se realizaban. No es posible, y eso se repitió durante años y años, que en una barriada todos sus residentes conocieran a quienes dirigían las bandas que se enfrentaban con resultados sangrientos y que esos dirigentes fueran desconocidos para la autoridad, especialmente para la policial. Los hechos han demostrado, sin duda alguna, que el aparente desconocimiento de identidades no era más que una prueba inequívoca de complicidad…

Una nueva generación barrial sustituyó a los que antes lanzaban piedras y volteaban zafacones. Las armas ahora son de fuego, algunas de rústica fabricación local, pero la mayoría automáticas y de gran poder. ¿Por donde entraron esas armas? ¿Era la autoridad ajena al tráfico? La autoridad cómplice vio, entonces, como la situación se le escapaba de control y que las bandas, de hecho, eran las que ejercían el poder barrial, guiadas por ganancias producidas por un tráfico infernal. Las llamadas clases gobernantes, que habían sido indiferentes ante el surgimiento y la expansión del bandolerismo mientras fortalecían el suyo, comenzaron a preocuparse cuando se dieron cuenta de que los aparatos represivos que siempre habían estado a su servicio resultaban ineficaces para poner coto a una situación que, por el contrario, estimulaba parte de ese propio aparato, directa o indirectamente, con una complicidad que se traducía en corrupción al percibir una tajada de los beneficios de un tráfico a todas luces ilegal como es el de los narcóticos. Hoy, Maginito, estamos sentados sobre un barril de pólvora. Por irresponsables, por ambiciosos, por indolentes. Ojalá que el precio que será necesario pagar para restablecer el orden no sea muy caro.

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