Coctelera

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La historia  de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores o Cancillería no podrá ser escrita, al menos en su aspecto burocrático, sin el nombre del embajador Francisco José Nadal Rincón, fallecido en la madrugada del martes último, a la edad de 83 años.

Amablito, como siempre le llamé, aún cuando conocía su nombre correcto, permaneció la friolera de cincuentainueve años al servicio del Estado y desde la División de Protocolo vio desfilar en ceremoniales oficiales reyes, príncipes, presidentes y toda clase de dignatarios, sin incluir los centenares y centenares de jefes de misiones diplomáticas a quienes acompañaba a la hora de presentar sus cartas credenciales. Amablito era hijo de Amable Nadal, un político de la vieja guardia, sumamente pintoresco, y quien cultivó la amistad personal del dictador Rafael L. Trujillo. Producto de esa amistad, Amablito se convirtió en ahijado de El Jefe y no tuvo dificultad alguna para entrar muy joven al servicio del Estado. Se fogueó en la Cancillería, en materia protocolar. Se puede asegurar que en muy poco tiempo se convirtió en el discípulo estrella de una especie de escuela que orientaba el jefe de la División, el doctor Pedro Purcell Peña… De temperamento  afable, discreto en grado sumo como correspondía a sus funciones, Amablito sí que supo ganarse el cariño y el afecto de cuantos le trataron. Siempre le decía que conseguir «un culebro» como él, para operar en Protocolo, no era tarea fácil. ¿Se imagina usted, Maginito, la capacidad y el tacto que se necesitaban para cubrir las áreas protocolares en el gobierno de Trujillo? El hombre fuerte dominicano, amigo de las apariencias, era sumamente cuidadoso en materia protocolar y Amablito, en el ejercicio de sus funciones, tenía que mostrar un celo y un cuidado a veces excesivo… Recuerdo  que  Amablito  una vez me relató que la Cancillería operaba temporalmente en la calle Las Damas y que una mañana allí se presentó Trujillo. Cuando vio al joven Amablito le preguntó, al observar su modesto vestuario, si así era que correspondía lucir a un funcionario de Protocolo, Amablito, al recordar el episodio, reía a todo dar y rememoraba que respondió a Trujillo más o menos así: «Padrino, es que mi sueldo aún es pequeño y no tengo forma de adquirir mucha ropa». El dictador, entonces, le ordenó que acudiera de inmediato a la famosa sastrería del maestro Jiménez. Así lo hizo. La sastrería quedaba a unas cuentas cuadras, creo que en las proximidades de la Meriño y la Luperón. Cuando llegaba al sitio, a las puertas del mismo se encontraba el maestro Jiménez, quien le dijo que «hacía rato» que le esperaba. Amablito recordaba que después de tomarle las medidas de lugar, el maestro le dijo que tenía órdenes de confeccionarle nada menos que seis trajes…  Otra anécdota  que no olvidaba Amablito se relacionaba con el protocolo que hubo que inventar cuando el general Héctor B. Trujillo pasó a ocupar la presidencia gomígrafa dominicana y Trujillo quedó, en la práctica, sin función titular alguna, aún cuando era quien mantenía todo el poder en sus manos. Me contaba Amablito que había que hilar muy fino para no caer en errores o en ganchos. En una oportunidad, poco después de juramentarse Negro Trujillo, se efectuó un desfile en la George Washington. En la tribuna principal se colocaron dos sillas presidenciales. Pues bien, Trujillo y Negro llegaron juntos y al subir a la tribuna, Trujillo preguntó a Amablito, a quién se había asignado el servicio donde tenía que sentarse. Amablito le indicó el sillón de la derecha y Trujillo entonces le preguntó por cuáles motivos ese sillón no correspondía al Presidente de la República, el más alto funcionario de la nación. Amablito, sin pérdida de tiempo, le respondió: «Porque ninguna posición puede estar por encima de la de Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva». El poderoso gobernante de entonces se quedó mirándole, sonreído, y le dijo: «Usted no puede negar que es hijo de Amable Nadal»… Amablito  fue el jefe de Protocolo de gobiernos autoritarios, democráticos y pseudo democráticos. Tuvo que lidiar con los presidentes constitucionales y gobernantes de facto que hemos tenido en medio siglo. Con los complicados y con los sencillos. Con aquellos que respetaron las normas protocolares en grado extremo y con aquellos para quienes el protocolo era una vaina. Y en su haber tuvo, -siempre lo citaba con orgullo-, el haber «alternado» con cancilleres como Manuel Arturo Peña Batlle, Virgilio Díaz Ordóñez, Joaquín Balaguer, Ambrosio Alvarez Aybar, Porfirio Herrera Báez, Fernando Amiama Tió y Eduardo Latorre, entre otros. ¡Paz a los restos de Amablito, un gran funcionario, un excelente ciudadano y un amigo a todo dar.

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