Coctelera

Coctelera

El profesor Juan Bosch, mi querido Magino, tenía fama de tacaño. Yo diría que, en su vida privada, el profesor Bosch era un hombre sumamente austero, que conocía el valor del dinero y que sabía cuánto costaba ganarlo de manera honrada. El Coctelero vio al profesor Bosch discutir centavitos de rebajas en distintas publicaciones. Eso sí, pagaba “a la flor” y no jugaba con sus compromisos, que cumplía al pie de la letra. Durante su ejercicio presidencial de siete meses, en 1963, el profesor Bosch mostró no solo su abierto espíritu democrático y de tolerancia, sino también de la forma en que se administran los bienes del Estado y dejó sentado que el gobierno no tiene calidad para regalar los activos estatales. No sé, pero me da la impresión de que ya es tiempo para que el gobierno entienda que el profesor Bosch solo cumplía con su deber y que protegía las propiedades que se pusieron bajo su cuidado…

Los dominicanos nos hemos acostumbrado a los gobiernos paternalistas y obsequiosos de los bienes estatales. ¿Por cuáles razones, Maginito querido, tiene un gobierno que regalar solares, casas, automóviles, motores y muchísimas otras pendejuanitas, independientemente de que condona deudas, autoriza supuestos créditos que jamás se cobran y muchísimas firmas más? Cabe suponer que el gobierno administra los bienes que pasan los contribuyentes con las cargas que rompen las costillas del más chiquito. Y cabe suponer, también, que ese más chiquito no es consultado para regalar cuanto parcialmente le pertenece…

Aquí vemos que el gobierno, en forma demagógica y para fomentar el clientelismo, regala vehículos de motor no solo para el transporte público sino también para particulares. Hace poco un mandatario señaló, como la cosa más normal del mundo, que a los jefes militares, al concluir su mandato o carrera, se les obsequia un vehículo. Se asegura que esa práctica viene desde años ha. Y cualquiera se pregunta, viejito dadivoso, ¿por virtud de cuál disposición legal, autorizada por los contribuyentes, se establece ese irritante privilegio? ¿Se hace lo mismo, digamos, con un secretario de Estado cuando culmina su carrera administrativa? ¿O se le concede siquiera una motoneta a un valioso maestro de educación cuando es malamente pensionado tras decenios de servicios públicos? Los gobiernos suelen regalar motores y otras unidades, creyendo que así ganan adeptos, dilapidando los dineros que se le ha confiado administrar correctamente… Se construyen viviendas que se entregan o entregaban alegremente, con un llamado inicial y allí se acabó todo. Y entonces se quiere crucificar al funcionario que se atreve a sugerir que se cobre lo que se adeuda. También en forma demagógica los gobiernos buscan reconstruir viviendas, pero no exigen a los beneficiados ni siquiera que aporten su obra de mano. Es más, este parasitismo fomentado por el gobierno llega al extremo de que los beneficiados indican cómo quieren que se les construya la propiedad que disfrutarán. Instituciones de crédito otorgan préstamos a tasas preferenciales y los avivatos que disfrutan del favor oficial se aprovechan al máximo de esas prácticas, pues esperan coyunturas favorables para incorporarse al carro de los que no pagan por distintas causas, hasta tanto el gobierno protector dispone la condonación de las deudas y nuevamente play-ball…

Es por esas y otras razones que se ha convertido en una frase de gran divulgación aquella de que “el Estado no tiene dolientes”. En la práctica esa es la cruda e irresponsable realidad. Y eso es algo que tiene que remediarse,  pues no es cierto, como creen algunos, que el gobierno tiene derecho alguno a regalar lo que se pone bajo su cuidado precisamente para que lo preserve y lo preserve en buenas condiciones. Si el gobierno, por el hecho de ser tal, regala lo que no es suyo, incurre, sin duda alguna, en un exceso de poder, en un acto reñido con la ley, en un soberano abuso contra la población que tiene que defender…

Estas disquisiciones me vienen a la mente al leer que, en San Juan de la Maguana, un ayudante de fiscal pidió penalizar con quince años de prisión a dos infelices por el robo de ¡dos gallinas! El funcionario quería, según dijo, “dar un ejemplo contra los ladrones”. No es que se respalde un hecho delictivo, por pequeño que sea pero cualquiera se pregunta qué entiende el fiscal sureño por “ladrones”. El juez desestimó el pedido del funcionario público y condenó a los acusados a ocho meses de prisión. Esta es, Maginito, la sociedad en que vivimos. ¿Hasta cuándo?

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