POR ARTURO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
Las películas que lanzan regularmente los grandes estudios están dirigidas a un público cuyas edades oscilan entre los catorce y los veinticuatro años. A partir de ahí, parece ser, el individuo empieza a pensar y a concebir la vida de otra manera.
El cine, hoy por hoy, es como el circo romano o como un estadio. Las salas funcionan como lugar para comer pop-corn, saludar a los amigos, abrazar a la novia y hablar por el celular.
Lo de atender al desarrollo de una película es algo totalmente secundario.
Hacer películas que interesen a ese público que no atiende más que a determinadas imágenes y en determinados momentos, es algo en verdad bastante descerebrado.
Esta semana tenemos tres estrenos, lo que resulta bastante inusual en nuestras carteleras, y esos tres estrenos giran en torno a los problemas de una juventud con normas éticas y morales muy diferentes a las de las generaciones pasadas.
Niñas malas, de Fernando Sariñana, nos habla de esas muchachas desinhibidas que usan piercings y tatuajes y para las que el sexo ha dejado de ser una palabra tabú.
Licencia para casarse gira en torno a un reverendo que no permite que una pareja contraiga matrimonio eclesiástico hasta que cumpla con toda una serie de normas y preceptos que impiden las relaciones prematrimoniales.
Ligeramente embarazada trata por su parte, de esas personas que tienen sexo de sólo una noche.
Puede suceder entonces que un mal día una muchacha se presente en el apartamento de un soltero recalcitrante y le diga que espera un hijo suyo fruto de una más que breve relación.
Hoy en día, y en los países supuestamente desarrollados, muy pocos consideran como un estigma el hecho de tener hijos fuera del matrimonio.
Bien que mal, estas tres películas cuestionan estas diferencias de apreciar la vida desde un punto de vista ético y generacional. Al menos, algo hacen.
Si comparamos estas películas con otras que tocaban temas similares hace décadas, notaremos diferencias abismales.
Estos comportamientos de hoy en día serían incluso censurados por los habitantes más promiscuos de lugares como Peyton Place.
Ya, definitivamente, se acabaron los melodramas, porque nadie arma una tragedia cuando se presentan situaciones así.
Ahora aquellas películas de madres sufridas, histéricas y a punto de desmayarse cuando se enteraban del embarazo de sus hijas ya no tienen cabida.
Joan Crawford, Susan Hayward y Lana Turner están muertas. Tampoco podemos contar con sacerdotes como el Bing Crosby que tantas veces repitió el personaje: Siguiendo mi camino, Las campanas de Santa María, Divino o profano.
En definitiva, las chicas malas del pasado serían las Madres Teresa de hoy en día, ya que en aquel entonces su único pecado consistía en pasear en moto con novios de chaqueta de cuero o bailar rock and roll en la fiesta de graduación.
LICENCIA PARA CASARSE
(Título original: Licence to wed, Dir: Ken Kwapis, Int: Robin Williams, Mandy Moore, John Kiasinski, Eric Christian Olsen, Christine Taylor)
Lo peor que puede pasarle a una comedia es tratar de justificar la actuación de un personaje absolutamente necio, insoportable y entrometido.
El reverendo que caracteriza Robin Williams en Licencia para casarse nos recuerda a muchos religiosos que conocimos en nuestra vida y que, de una manera u otra, intentaron obligarnos a aceptar ciertas normas de conducta. Nada peor que esos fanáticos que reparten volantes y folletos en las calles y en los centros comerciales.
No se puede obligar a nadie a tener fe. Dios está muy por encima de todas esas cosas y las creencias de cualquier individuo hay que respetarlas.
De ahí que la risa se nos congela cada vez que en esta película dirigida por Ken Kwapis se nos quiere divertir en base a la actuación de este señor que luce sacado de las páginas más oscuras de la inquisición. Pero, peor que él resulta esa pareja que, por conveniencias sociales y por seguir la tradición de la familia, siguen sus instrucciones para descubrir que finalmente están aptos para casarse.
Por supuesto que la necesidad de un cursillo prematrimonial se exagera y es llevado hasta las últimas consecuencias en esta comedia que falla, no tanto por la realización que al fin y al cabo no tiene mayores baches, sino por la incongruencia del guión.
Aún así no podemos negar que algunos de sus personajes nos salvan del tedio total.
Entre ellos se encuentra ese niño inaguantable que aspira a convertirse en un futuro ministro. En este caso, los responsables del film nos guiñan el ojo y nos invitan a estrangularle. Hubiéramos querido hacer lo mismo con Robin Williams, aunque la situación fuera diferente y se nos obligara al remordimiento.
Inusual en muchos aspectos, Licencia para casarse nos irrita. Al menos, hace algo.
Calificación: 2 (Regular)