Cogiéndolo suave
EL MAL RATO DEL EVANGELICO

<STRONG>Cogiéndolo suave<BR></STRONG>EL MAL RATO DEL EVANGELICO

MARIO EMILIO PEREZ
Se convirtió al evangelio muy joven y formó familia desde que se graduó de ingeniero civil a los veintidós años de edad.

Aficionado al cine, era un habitual en las salas dedicadas al séptimo arte, y además se hizo cliente de una tienda de videos, añadiendo a su membresía la de su hijo mayor, joven de carácter alegre, y que abrazó la religión de su padre con escaso fervor.

El devoto cristiano llevaba una vida apegada a los postulados morales de su iglesia, por lo que no fumaba, no tomaba café ni bebidas alcohólicas, y nunca nadie lo vio en jugadas extraconyugales.

Pero su primogénito exhibió desde los años de adolescencia una marcada afición hacia las portadoras de faldas y blusas, sobre todo si debajo de las vestimentas tenían anatomías de armónicas proporciones.

Las prédicas del progenitor acerca de las ventajas de la fidelidad no encontraban eco en los oídos del prematuramente diestro conquistador de quintos espacios intercostales femeninos, quien siempre tenía romances con más de una fémina al mismo tiempo.

Como buen adorador del bello sexo, el lúbrico jovenzuelo mostraba esa pasión en varias vertientes, entre ellas la compra de revistas con fotografías de mujeres con escasa o ninguna ropa, y el alquiler de películas para adultos.

Estos videos los disfrutaba en su aposento, donde tenía un televisor con videocasetera que le habían regalado sus padres en uno de sus cumpleaños.

No creo que sea preciso destacar que lo hacía con sumo cuidado, porque sabía que causaría un gran disgusto al autor de sus días si se enteraba de su pecaminoso hábito.

Una tarde en que su padre visitó la tienda para alquilar películas, el encargado del negocio le disparó a boca de jarro, y en presencia de varios clientes, palabras que le llevaron a fruncir el ceño en gesto de asombro.

-Usted tiene recargo de dos películas que no entregó a tiempo.

Cuando el religioso alegó que había devuelto en el plazo establecido los videos que había arrendado, el empleado de la tienda acudió a la computadora.

-Aquí aparecen los títulos de las películas: El superfornicador, y La ninfómana insaciable – dijo, sin quitar un segundo la vista del rostro del turbado y ruborizado caballero.

-¡Ay, Dios mío!- casi gritó este, llevándose las manos a la cabeza- eso fue mi hijo quien las alquiló, porque tenemos el mismo número como clientes.

Las carcajadas de los presentes no tardaron en producirse, y una mujer, con expresión burlona en su rostro atractivo, le dijo al sorprendido padre de familia honorable.

-No se sienta mal, señor, que soy una dama con mas de quince años de matrimonio estable, y de cuando en cuando rento películas pornográficas para hacer mas placentera mi vida de mujer que, además de ser honesta, lo aparenta. Siga disfrutando de sus películas para adultos, que la vida es muy breve, y no es seguro que haya otra en un supuesto mas allá.

Sin pronunciar palabra, el religioso dejó sobre el mostrador los videos que había separado, y se marchó apresuradamente.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas