Coinciden contra Bush

Coinciden contra Bush

LA HABANA (AFP).- El gobierno de Fidel Castro y la iglesia católica en Cuba rechazaron las nuevas medidas de Washington contra la isla, pero al mismo tiempo se mueven numerosas divergencias entre ambos, que inclinan el equilibrio agridulce de su relación.

Parapetado en su estrategia de plaza sitiada, el gobierno enfila sus armas contra opositores internos y externos, mientras la iglesia llama a la reconciliación de todos los cubanos, al margen de sus diferencias políticas.

El programa anunciado por Washington el 6 de junio pasado para acelerar la salida de Castro del poder y promover una rápida transición democrática en Cuba, unificó en su rechazo a los seguidores y opositores de Castro en la isla, la iglesia católica y hasta buena parte de la emigración.

Las medidas estadounidenses endurecen el embargo, limitan los viajes y las remesas de los cubano-estadounidenses, asignan millonarias sumas a la oposición interna y a las transmisiones de radio y televisión Martí hacia Cuba, así como asignan a un funcionario norteamericano para dirigir el proceso de transición cubano.

De inmediato, los obispos emitieron una nota reiterando su rechazo al embargo y las leyes Torricelli y Helms-Burton.

Los prelados señalaron, además, que las nuevas disposiciones de Washington perjudican especialmente a la familia cubana «pues a las dificultades y agobios de todos conocidos se añaden nuevas privaciones».

Pero opinaron que «la solución» del problema cubano «pasa por un proceso de diálogo entre cubanos, de conciliación, de búsqueda».

Esta es la principal divergencia actual, al menos pública, entre los obispos católicos y el gobierno de Castro, a seis años y medio de la visita del Papa Juan Pablo II a la isla, una estancia que movió el tablero de la relación, pero no introdujo cambios sustanciales.

Ambas partes declinan ante la prensa comentar el estado actual de su relación, una historia de 45 años «con momentos de bonanza y épocas de turbulencia», según dijo en el 2003 su principal pastor, el cardenal Jaime Ortega Alamino.

La iglesia católica, con poco más de 600 templos y 345 sacerdotes (170 cubanos y 175 extranjeros), está encabezada por 12 obispos en 11 diócesis.

«Ni el nivel de disenso político hacia el Estado socialista que se exterioriza desde la institución eclesiástica llega a violentar los límites de tolerancia admitidos, ni las restricciones impuestas a la iglesia desde el sistema sociopolítico admiten calificativo de represión», opina el académico Aurelio Alonso, un estudioso del tema.

Para Alonso, dentro de esos límites suceden muchas cosas: posturas de sectores de la iglesia «que elevan la tensión por el nivel de discrepancia e incluso a veces el tono de desafío», mientras que otras veces expresan «reacciones que distienden al mostrar que se identifican en el rechazo de las presiones que amenazan a nuestra soberanía nacional».

En el mismo sentido se pronunció la revista católica Palabra Nueva, la que llamó al gobierno a aprovechar las coincidencias de rechazo al programa para «sumar, integrar de una vez».

La contrapartida de esas posturas, según Alonso, se caracteriza «por políticas dictadas desde posiciones ajenas a la fé religiosa», en un Estado que se entiende laico, pero dirigido por ateos.

«Las libertades religiosas, garantizadas en la ley y en la práctica del individuo, no suelen satisfacer las aspiraciones de la iglesia, que aspira a incrementar sin trabas su presencia y su influencia como institución», señaló el académico.

Recordó que a principios de los años 90, el sistema político cubano prohibió constitucionalmente la discriminación por motivos religiosos, y abrió las herméticas filas del Partido Comunista (PCC), hasta entonces reservadas a ateos, a creyentes de cualquier credo.

Practicantes de cultos de origen africano y evangélicos entraron al PCC. Dos pastores protestantes mantienen desde entonces sus bancas en el parlamento.

Según estudios académicos, el 85% de los 11,2 millones de cubanos profesa algún sentimiento religioso, pero sólo un 15% los hace en creencias estructuradas como la católica, la evangélica o los cultos de origen africano.

El 70% restante se manifiesta en lo que se ha denominado como «religiosidad popular», una mezcla compatible de esas tres influencias.

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