Coincidencias

Coincidencias

En vista de que a las autoridades de la Secretaría de Educación les ha resultado sospechosa la «coincidencia» de que tanto el Listín Diario como este diario publicaran en primera plana, en su edición de ayer, un reportaje -con gráfica incluida- destacando las penosas condiciones en que reciben docencia los estudiantes del liceo Juan Pablo Duarte, nos sentimos en la obligación de aclarar, en ánimo de que cada cosa quede en su sitio, sobre todo la verdad, que lo que parece coincidencia solo ha sido producto de una denuncia hecha por los propios estudiantes de ese liceo a las reporteras de ambos diarios, que coincidencialmente se encontraban «cubriendo» una actividad en la que participaba la secretaria de Educación, Alejandrina Germán.

Si el director de ese centro docente, los supervisores de la cartera educativa, o los miembros de la ADP afines al peledeísmo no reportaron a la secretaría de Educación lo que estaba sucediendo no es culpa de los periodistas ni de los periódicos, mucho menos de los estudiantes, que con su queja solo pretendían llamar la atención sobre la forma indigna en que reciben el famoso «pan de la enseñanza». Después de todo el liceo Juan Pablo Duarte queda allí mismo, en Villa Consuelo, y no en la lejana y olvidada frontera.

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También Cancillería

A pesar de que desde que estalló el escándalo de los pasaportes oficiales y los regidores el canciller Carlos Morales Troncoso se apresuró a descartar que en la Cancillería hubiera alguien involucrado, un simple ejercicio de lógica permite concluir que resulta imposible que una operación de esa magnitud, en la que está involucrada tanta gente, funcionara como estaba funcionando sin tener un enclave en la institución responsable de emitir esos pasaportes. La revelación hecha ayer por el director del Departamento de Trata y Migrantes de la Procuraduría General de la República, el fiscal adjunto Frank Soto, de que un regidor y un síndico retiraron de la Cancillería 80 pasaportes sin cumplir requisitos tan elementales como la firma y las huellas dactilares de los supuestos propietarios de esos documentos, solo viene a confirmar lo que ya era un convencimiento generalizado.

Las repercusiones del escándalo, que ya empieza a tener consecuencias en nuestras relaciones con algunos países amigos como ha sido el caso de Italia, han tocado ya las puertas de la Secretaría de Relaciones Exteriores, que después del «palo dao» no puede hacer otra cosa que abrirse a las indagatorias de las autoridades y permitir que las investigaciones se lleven «hasta las últimas consecuencias», como solemos decir siempre -más por costumbre que por convicción- en estos peliagudos casos.

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Desamparados

Desde San Cristóbal una desesperada mujer apela a la sensibilidad del presidente Fernández, del empresariado o de cualquier persona caritativa que quiera ayudarla económicamente para que pueda someterse a una operación que, a un costo de 275 mil pesos, pondría fin a sus dolencias cadiovasculares, en tanto un señor residente en la Capital, ex empleado privado, pide ayuda a quien quiera interesarse, o mejor dicho condolerse, de su desgracia, pues necesita 200 mil pesos para poder pagar la intervención quirúrgica que permitiría implantarle dos tornillos ortopédicos a su columna vertebral, único remedio para la lesión lumbar que lo mantiene semiparalizado en su casa, viviendo de la caridad de amigos y familiares.

Prácticamente todos los días aparecen reclamos similares en nuestros periódicos, dando cuenta de ciudadanos que piden ayuda para sí mismos, sus hijos o algún familiar, pues los medios de comunicación se han convertido en la única alternativa posible para lograr alivio a sus problemas de salud, dado que las ha tocado nacer y vivir en un país que todavía a estas alturas, en pleno siglo XXI, no está en capacidad de ofrecer un servicio de salud adecuado a sus ciudadanos. Lo que acaba de ocurrir con el joven de 24 años Darío Antonio Peña Suriel, quien finalmente murió porque nunca apareció el millón de pesos que costaba el trasplante de médula que le permitiría seguir viviendo, es solo la experiencia más reciente y tal vez la más dolorosa, pero desgraciadamente no será la última. ¿Para dónde era que íbamos?

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