Coleccionistas de miserias morales

Coleccionistas de miserias morales

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
En la República Dominicana la mayor parte de los políticos “lleva” un archivo personal. “Llevar” me parece un vocablo más ajustado a la realidad que “mantener”. Es razonable que los hombres públicos mantengan disponible un registro de acontecimientos sociales relevantes, de leyes sobre la producción de energía, disposiciones militares de seguridad, resoluciones de la Junta Monetaria acerca de la tasa de interés.

Pero los políticos dominicanos “llevan” su archivo a cuestas del mismo modo que un penitente carga una cruz de madera. Los bibliotecólogos y archiveros organizan índices, colocan documentos en el orden exigido por la nomenclatura, numeran fichas, etc. Luego se van a sus casas y olvidan las piezas que componen las colecciones clasificadas. Nuestros políticos “llevan” el archivo en la cabeza y en el corazón. Lo transportan donde quiera que van, esto es, lo “llevan” consigo a todas partes, incluso a las tertulias o a las fiestas.

¿Cómo están dispuestos los archivos personales de nuestros políticos? En primer lugar: escándalos, acusaciones, procesos judiciales; luego artículos, declaraciones, fotografías de grupos. Las carpetas de documentos se clasifican a partir de personas determinadas. A fulano de tal corresponde el escándalo A, la acusación B, el proceso C. A cada personaje se le abre un “expediente”. Sin embargo, en vez de constituir un conjunto de documentos para llegar a una salida o solución, como es el caso de un expediente burocrático, se trata de un “expediente tumoral”. Crece sin posibilidad de drenar hacia fuera, igual que ciertos tumores malignos. El archivero mismo puede ser “contaminado” por las piezas de un expediente. A veces el archivero encuentra la oportunidad de “insertarse” en la vida del personaje “historiado”. En esta clase de “expedientes” políticos no se siguen las reglas habituales de la etimología. Existen expediciones destinadas a la exploración de la Antártida; las cartas se expiden en las oficinas de correos con el propósito de que las reciban los destinatarios. Los “expedientes” de un estros políticos podrían más bien llamarse “impedientes”, pues no tienen uso ni curso normales.

En efecto, un “impediente” se usa para impedir que al político equis le sea concedida una condecoración; se usa para que no sea aceptado en una Junta de Directores o para que no llegue a ser designado en un cargo publico. También para desacreditarlo si alcanza nombradía o incluso alguna pasajera notoriedad. Un archivero de “gran tradición” incluye en sus récords toda la Era de Trujillo; un archivero con “pretensiones historicistas” averigua como se formaron las fortunas de las familias principales de la época del general Ulises Heureaux. O de los dominicanos que actuaron tras bastidores durante la dominación haitiana. Una “cristalización” o conjunto de chismes políticos puede remontarse hasta los tiempos del nacimiento de la República Dominicana. A menudo el propietario del archivo queda “macerado” en chismes como un marisco es salsa vinagreta. Y llega, no solo a transmitir chismes sino a oler a chismes; sin proponérselo, genera nuevos chismes por medio de una extraña difusión de esporas chismosas. Asi las habladurías no tienen fin, no acaban nunca. En algunos casos estas habladurías no esconden ni siquiera “una finalidad”concreta, salvo el insano placer de denigrar a un personaje público mediante el “conocimiento exacto” de las flaquezas de carácter de un abuelo del personaje.

La cuestión central es que la política dominicana se ha vuelto una guerra a base de chantajes y dicterios. El archivero ordinario retiene en su poder un arsenal: obuses, granadas, balines, para que el contrincante “modere su lenguaje”, renuncie a la lucha abierta o abandone el campo definitivamente. Todos los días se oye decir en algún corrillo: fulano de tal “tiene una cola muy larga y se la pueden pisar”. Esto quiere decir que la marcha o el vuelo de un pájaro puede frustrarse sujetando el plumaje de la cola. El llamado pichirrí es el lugar de la anatomía de las aves donde confluyen las plumas de la cola. Los políticos dominicanos suelen amenazarse entre si con “tocarse” los pichirríes, expresión carente de toda “connotación sexual”. La hipertrofia de los pichirríes de los políticos es tan extremada y frecuente, que ha dado lugar al surgimiento de un mercado libre de la extorsión. Los archiveros suministran datos a los especuladores del chantaje, quienes actúan como si fuesen agentes de bolsa “colocando” o redimiendo títulos financieros. Hablar, callar o publicar significan opciones y actos “tarifados”.

Nuestra política está lastrada por los recuerdos acumulados de cientos de trapacerías; se ha construido una cadena de eslabones tramposos que aprisiona a la sociedad entera. El regateo por impunidades es el fondo turbio de las negociaciones políticas de los partidos. Los expertos en “impedientes” políticos trabajan sobre textos que abarcan, desde el viejísimo Foro Publico de tiempos de Trujillo hasta recientes contratos de venta de bienes del Estado. Esta actividad, mezcla de compra – venta y almoneda, no nos deja abordar los verdaderos problemas que nos oprimen: la falta de energía eléctrica, el alto precio del petróleo, la criminalidad impune, la inminencia del TLC. Mientras tanto, la vida colectiva se enrarece, encharca y complica. Según parece, ningún dominicano está libre de pecado pero, infortunadamente, todos tiran piedras.

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