Cólera: historia verídica de una cara de la miseria

Cólera: historia verídica de una cara de la miseria

Recientemente llegó un padre de origen haitiano con dos niños en edad escolar al hospital infantil Dr. Robert Reid Cabral de la ciudad de Santo Domingo, en busca de asistencia médica para sus hijos que presentaban diarreas abundantes y frecuentes y ambos con signos de deshidratación grave.

Fueron internados inmediatamente en el Departamento de Enfermedades Infecciosas para tratamiento de la deshidratación secundaria a probable cólera. El diagnóstico de cólera fue confirmado más tarde.

Una vez ingresados los niños, el padre se retira del hospital y no se sabe más de él, ni de familiar alguno.

Cuatro días más tarde, ya los niños estaban en perfectas condiciones e internados en una habitación de aislamiento, sin poderles darles de alta por la ausencia de familiares y la dificultad de localizar a alguno de ellos por la dirección errada que especificó el padre.

Al cuarto día, uno de los niños ve a su madre caminando por el pasillo del Departamento citado y le gritan: “mamá, mamᔠa lo que responde la madre: “mis hijos, mis hijos”, saliéndoles las lágrimas rápidamente entre alegría y confusión.

Cuando los médicos se le acercan a preguntarle  qué había pasado por llegar tan tarde a saber de ellos, la madre contestó “ha sido una pura casualidad encontrarme nuevamente con mis hijos, pues no sabía su paradero”, esto entre un español entremezclado con el creól.

Resulta, que el padre de los niños, una vez los dejó en el hospital, comenzó a sentirse mal, con diarrea profusa y fue llevado de inmediato a un hospital de adultos. Al poco tiempo de llegar al hospital fue ingresado, donde falleció minutos más tarde.

La madre, que aún le quedaba una hija en el hogar, al ver que también comenzaba a presentar diarrea abundante y frecuente, la llevó coincidencialmente al mismo hospital infantil y  al ser internada por casualidad en el mismo Departamento que los hijos anteriores los encontró por puro azar.

Cuando la madre se les acercó a sus dos hijos ya recuperados, les preguntó cómo la habían pasado y ambas les contestaron: “¡muy bien mamá, dormimos en cama, una cama para cada uno y comemos tres comidas y dos meriendas al día, mamá; tres comidas y dormimos en una cama para cada uno!”.

Mis colegas de labores que estaban presentes no podían creer los que estaban escuchando, niños abandonados por sus familiares, pero felices porque podían dormir en cama particular y comer tres comidas y dos meriendas. Me dijeron al llegar, doctor, este comportamiento merece la opinión de un psiquiatra infantil que nos explique esta conducta. Abandonados y felices porque tenían lo que nunca habían tenido, cama para dormir y tres comidas y dos meriendas.

Debo decir, que esta situación se repite a cada momento en los hospitales públicos donde acude en su gran mayoría los sectores más empobrecidos de la población, pero eso no importa a las autoridades gubernamentales ni a las de salud, porque en verdad, esa pobre gente no tiene quien las defienda. No presentan ningún peligro en tanto no hacen opinión pública ni pertenecen a los sectores que hay que mantener contentos.

Qué lástima, qué pena ver estas caras de miseria a diario y todo sigue igual, sin que les importe a nadie, bueno… a casi nadie.

Esperamos que algún día, más temprano que tarde, en el país nazca la reivindicación de los desposeídos y comencemos a cancelar la gran deuda social que tenemos pendiente.

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