Habitar a la vera del arroyo La Ciénaga de Barahona, y necesitarlo para saciar sed y alimentarse ha tenido a infelices moradores en contacto con una de las no pocas manifestaciones extremas de insalubridad territorial (más común de lo que uno se imagina) propiciadoras de enfermedades graves y defunciones. Más de 13% de hogares del país carece de agua potable por cañería que en su mayoría está al margen también de conexiones a redes de alcantarillados sanitarios. Y en los grados más extremos se practican todavía en la República Dominicana las defecaciones sin deshacerse apropiadamente de ellas y en capacidad de constituirse en focos que irradien brotes diarreicos incluyendo los agudos por cólera o amebas. Por ambas se puede morir y los cursos de agua que atraviesan miles de parajes reciben de sus habitantes despojos de toda naturaleza. Ríos, arroyos y cañadas convertidos en destino final de inmundicias que pueden llegar a los aparatos digestivos de los propios depositarios o de los que residen más adelante junto a los trayectos hídricos.
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En los campos dominicanos reside una proporción de la demografía que merece una vida saludable y decente que solo sería posible dotándola de acueductos rurales de bajo costo. Algunos planes pilotos que han sido exitosos deberían dar paso a un programa de saneamiento de mayor alcance. La salud y la vida de mucha gente están en juego.