FRANCFORT, Alemania,  AFP. – Tras la espectacular reacción de la Reserva Federal estadounidense (Fed) a la crisis financiera mundial, el Banco Central Europeo (BCE) enfrenta una difícil decisión: aumentar sus tasas como tenía previsto, con el riesgo de agravar la situación, o dar marcha atrás, lo cual podría hacerle perder credibilidad.

 A comienzos del mes de agosto, el BCE ya había tomado una decisión firme: aumentar su principal tasa directriz en septiembre en un cuarto de punto (0,25%), para dejarla en 4,25%.

 En una conferencia de prensa, su presidente, el francés Jean-Claude Trichet, reafirmó la «gran vigilancia» del BCE frente a los riesgos inflacionistas, una expresión que hasta ahora siempre ha anticipado una vuelta de tuerca monetaria al mes siguiente.

 Pero desde estas declaraciones, se ha desencadenado un verdadero ciclón sobre los mercados financieros, relegando a un segundo plano las inquietudes sobre un alza de los precios al consumo en la zona euro.

 Afectados por el desmoronamiento del mercado del crédito hipotecario de riesgo estadounidense («subprime»), los bancos comerciales se encontraron al borde de la asfixia en todo el mundo. Y las plazas bursátiles se hundieron, obligando a los bancos centrales a intervenir.

 El BCE inyectó decenas de miles de millones de euros al flujo monetario, lo cual infló la masa monetaria, un hecho en contradicción con su discurso de vigilancia de la inflación.

 La situación es aún más tensa para el BCE tras la decisión de la Fed de bajar el viernes pasado su tasa de descuento, una de sus dos tasas directrices, en medio punto porcentual. La operación dio sus frutos, y los mercados repuntaron.

 Si sigue el ejemplo estadounidense, el BCE otorgaría un poco de aire fresco a los operadores. Pero también les enviaría señales negativas.

 Esta marcha atrás podría ser interpretada como una señal adicional de la gravedad de la crisis. Además afectaría la credibilidad del BCE, al desvalorizar la palabra de su presidente.