El pasado 2 de octubre Colombia celebró el plebiscito organizado por el Presidente Santos, para que el pueblo ratificara los acuerdos de paz firmados con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) unos días antes, a fin de acabar con 52 años de guerra de guerrillas. El resultado fue un NO, aunque por muy estrecho margen; lo que significa que la gran mayoría quiere la paz, aunque tiene objeciones a algunos términos de ese acuerdo.
En materia política y militar hay esencialmente dos clases de acuerdos de paz: la primera es la rendición incondicional, que se resume en la expresión “!Ay de los vencidos!” que impuso el jefe de los galos a los romanos en el año 390; la que trae resentimientos profundos de humillación; como pasó con los alemanes en 1918 tras la Primera Guerra Mundial; lo que ayudó al surgimiento del nazismo y la Segunda Guerra Mundial.
La otra alternativa es una paz negociada, en la cual hay concesiones recíprocas; más difícil y llena de sinsabores, pero más duradera, que fue la que se ha intentado hacer en Colombia.
Evidentemente, que el acuerdo de paz Gobierno-FARC supuso concesiones enojosas hacia las FARC, como el mantenimiento de los derechos políticos para los guerrilleros que fueren condenados, algunos por crímenes de lesa humanidad; una asignación económica para los guerrilleros desmovilizados por encima del salario mínimo de los colombianos y el cambio meramente voluntario de los cultivos ilegales, que en la práctica permitiría su continuación. También hubo objeciones por penas aliviadas por los crímenes y la concesión temporal de cinco curules en las dos cámaras legislativas.
Las razones para haber votado por el NO son varias; pero era para terminar con la tragedia de más de medio siglo de luchas, 220 mil muertos y seis millones de desplazados. Las dos razones fundamentales fueron que el cese de hostilidades ya se había alcanzado; y porque los partidarios del Sí se concentraron en elogiar sus excelencias; mientras que los del No se dedicaron a destacar sus fallas y los sentimientos encontrados de las víctimas de esa guerra fratricida.
Los partidarios del Sí no dieron tiempo para conocer mejor las razones de ese acuerdo y sus 297 artículos; ni creyeron prudente destacar que esa guerra se inició con un reclamo despreciado de tierras para los campesinos por una oligarquía insaciable; que los gobiernos y los paramilitares cometieron también tropelías y asesinatos en el curso de esa lucha. El último intento de hacer la paz terminó con el exterminio de más de 3 mil integrantes de la Unión Patriótica, brazo político de las FARC. También la desmovilización significa un riesgo cierto y una apuesta valiente por la paz que hace esa organización.
El futuro de la paz está ahora en veremos, porque la derecha guerrerista, que hizo poco por hacerla posible cuando estuvo en el gobierno, no parece en condiciones de propiciarla; mientras las FARC, independientemente de sus declaraciones pacifistas se va a preparar para lo peor, por razones de supervivencia.
¡Ojalá que el premio Nobel otorgado, la comunidad internacional y la sensatez del pueblo colombiano no pierdan la oportunidad de lograr una paz con mayor justicia social para ese hermano pueblo.!