Colombia bajo las FARC

Colombia bajo las FARC

PEDRO GIL ITURBIDES
Muchos de los secuestrados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se encuentran encadenados del cuello y las extremidades.

Clara Rojas y Consuelo González, liberadas por el intercambio concertado con el gobierno colombiano, lo han dicho. Pero sobre todo, ha narrado Consuelo, con detalles, el suplicio de los cautivos. De manera que el testimonio debe admitirse como irrefutable. Porque, ¿quién más que ella  y Clara, son testigos de excepción del trato ofrecido por las FARC a quienes raptan?

¡Nadie mejor que ellas pueden decirlo!

Sintomático de lo que pudo ocurrir a los colombianos si las FARC hubieren ganado el poder, es ese tratamiento que refleja una época superada por la humanidad. El encadenamiento fue propio de regímenes carcelarios en casi todo el mundo hasta principios del siglo XX. Nosotros no vivimos esa forma de castigo por esos últimos tiempos. Tuvimos los trabajos forzados como pena infamante contra determinados criminales. O el asesinato político, en casos determinados. Mas no vivió el país lo del encadenamiento en la época republicana.

De ahí que resulte inexplicable el pedido de Hugo Chávez para que a las FARC, y al Ejército de Liberación Nacional (ELN), se les considere sólo beligerantes. Parece una insignificancia, pero la cuestión no es semántica, pues pide que se les llame de este modo en vez de terroristas. El término propuesto por Chávez sugiere que estas guerrillas apenas levantan la voz. Lo largo de la historia de terror y muerte diseminada por buena parte de Colombia impide que esa denominación se modifique.

Los colombianos han convivido con las FARC, y con el ELN, en medio de sobresaltos y padecimientos. Dominan una parte del territorio colombiano más grande que la República Dominicana. Y se impusieron no sólo en luchas contra el ejército regular, sino también contra la indefensa población civil. Bastaba que el ejército regular penetrase zonas que consideraban suyas para presumir la delación por parte de pobladores de la región.

Entraban a continuación sobre esas poblaciones, y mataban a todos sus habitantes, incluyendo niños y ancianos.

Sobrepuestas a las inhumanas acciones de guerra, las dos liberadas pintan ahora imágenes de horripilantes ergástulas medievales. Este tratamiento a los irregularmente detenidos que mantienen bajo su férula no habla de seres beligerantes. Habla de fanáticos en cuyas mentes perviven ancestrales formas de maldad. Pero nada de ello debe sorprender a cuantos contemplaron en el pasado las matanzas en los pequeños poblados «colaboracionistas». O la connivencia con traficantes de drogas, a quienes aplican «impuestos de guerra» para permitirles operar en su territorio.

En vez de tildarlos de beligerantes, cabe que el Presidente Chávez patrocine la acción de grupos de defensa de los derechos humanos en esas tierras colombianas. Porque no es posible que heridos y enfermos sigan aherrojados,  en la indefinida situación que viven los colombianos frente a sus guerrillas. Hora es de que lo denunciado por las liberadas sea del conocimiento de todos esos bulliciosos organismos internacionales, multilaterales y privados, que hablan de derechos humanos.

Pero más que a estos organismos, bueno es que se permita a la Cruz Roja Internacional penetrar aquellos recónditos lugares. Porque lo dicho por Consuelo González no debe prolongarse indefinidamente. Después de todo, esas guerrillas prometieron desde el triunfo de Fidel Castro que habrían de luchar por el bien común de los pueblos en cuyo nombre se alzaban.

¿Cómo vincular aquellas promesas de eterno bienestar con esas imágenes divulgadas por el testimonio de las liberadas, de cautivos encadenados del cuello, y para cuyos padecimientos y enfermedades no hay compasión ni atenciones? En cierto modo este trato habla de la vida que habría llevado  Colombia bajo un régimen de las FARC. Por suerte, esta posibilidad semeja una pesadilla fugaz, pues si bien nada es imposible entre los seres humanos, el ejército colombiano parece haber recobrado bríos morales que parecieron diluirse en determinados instantes en el pasado.

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