Colombia: Las armas, la FARC y la paz

Colombia: Las armas, la FARC y la paz

La paz, como anhelo de una gran parte de la sociedad colombiana, luego de seis décadas de una guerra impuesta por el Estado, por la clase dominante-gobernante de ese país y de los EEUU, no podía ni puede ser obviada por la FARC-EP y otros movimientos insurgentes. Esa propuesta ha reunido un amplio consenso entre las fuerzas que hemos sido solidarias con la heroica insurgencia colombiana.

Incluso en los recientes diálogos de La Habana los avances logrados en la mayoría de los puntos de la agenda acordada han merecido diversos y acertados elogios. Y hay que decir que en ese orden la FARC-EP demostró un talento y una capacidad propositiva excepcionales.
• El origen de las actuales diferencias.
Las diferencias recientes, que incluyen mis desacuerdos y los de no pocas organizaciones y camaradas solidarios con las FARC-EP, se expresaron tan pronto se anunció el contenido del “Acuerdo del Cese al Fuego y de Hostilidades. Bilateral y Definitivo”, extensivo al tema del desarme total y unilateral de la FARC-EP en un plazo de 180 días después de iniciada su desmovilización militar.
Siempre pensé –y así lo reafirmaban constantemente los comandantes de las FARC-EP– que lo expresado por el legendario comandante Manuel Marulanda a raíz de los diálogos del Caguán regiría el papel de esa organización político-militar en el curso de cualquier proceso hacia la paz:
“Nosotros –afirmó– haremos un acuerdo en algún momento, pero nuestras armas tienen que ser la garantía de que aquí se va a cumplir lo acordado. En el momento en que desaparezcan las armas, el acuerdo se puede derrumbar. Ese es un tema estratégico que no vamos a discutir”.
El criticado cambio de posición respecto a esa cuestión crucial ha desatado una resistencia, que en caso de repuntar, podría dar lugar al replanteamiento de ese punto de la agenda; sin necesariamente desistir de las negociaciones pro-paz. Y es lógico que así sea, porque de obviarse lo previsto por Marulanda, entregadas las armas y desmovilizado el ejército guerrillero, desaparecería esa garantía de seguridad e importante contrapartida para el cumplimiento de todo lo acordado e iniciar la construcción de la nueva Colombia.
En caso de aceptarse finalmente la decisión de desarme unilateral, podría facilitarse el derrumbe de los acuerdos logrados en la Mesa de Diálogo, así como nuevas represalias criminales contra el ejército guerrillero desarmado.
Pienso, que antes de un paso de esa naturaleza, a esa y otras fuerzas insurgentes –que por su condición de poder paralelo y relevante factor político-militar ha sido vital para evitar graves desequilibrios y desarrollar las actuales negociaciones de paz– les toca desplegar el rol de contrapartida de ese régimen militarizado, criminal, re-colonizador y neoliberal… para asegurar progresivamente el desmonte del Estado terrorista, el cese de la impunidad de los delitos de Estado, el desmantelamiento del paramilitarismo en términos concretos, la transformación de la policía y la fuerzas armadas regulares, la democratización del Estado, la salida de las tropas y las bases militares estadounidenses del territorio nacional y la aplicación de políticas públicas con sentido de justicia social, equidad, soberanía y democracia, necesarias para una paz justa y verdadera.
De no rectificar lo concedido en ese punto, la FARC-EP estaría recayendo en el mismo error histórico que posibilitó en otras oportunidades deformar y violar otros acuerdos negociados. Y sigo creyendo en la posibilidad de que ese error sea enmendado.
Nuestra América y la Paz.
Otra cuestión a tener muy presente es que Nuestra América está muy lejos de ser una zona de paz.
Por el contrario, cada día EEUU incrementa sus bases militares en la región dentro de un diseño de conquista y reconquista de su cambiante “patio trasero”, apuntando hacia sus fuentes de agua, oro, litio, petróleo, uranio, titanio, tierras raras, gas natural y biodiversidad; combinando golpes suaves y golpes duros, recursos políticos y recursos militares-
Las maniobras “diversionistas” de “normalización” de relaciones con Cuba y pro-Paz en Colombia realmente no suplantan los planes de expansión militar del Pentágono y la OTAN.
El imperialismo sigue apostando fundamentalmente a los ejércitos mercenarios, a los procesos de fascistización de las derechas sociales y políticas a su servicio, al capital especulativo y mafioso, a la sedición empresarial, a las imposiciones electorales fraudulentas, a las guerra locales y a la desestabilización económica y política; concentrando ataques especiales en Nuestra América rebelde, aprovechando la declinación de los denominados gobiernos reformadores o progresistas, y sosteniendo su estrategia de guerra global antiterrorista en todos los continentes y contra todos los Estado fuera de su control, a los que no descarta desintegrar con su poderío militar.
El desarme de la insurgencia colombiana facilitaría esa impronta con negativos impactos inmediatos sobre Venezuela y Ecuador.
En ese contexto las concesiones unilaterales de parte de las fuerzas revolucionarias y transformadoras son realmente suicidas, porque en estos tiempos la dominación imperialista no apunta hacia la democracia y la paz dentro de un capitalismo próspero y respetuoso de los derechos proclamados por las revoluciones burguesas del pasado, como creen los bobos o los sinvergüenzas. Eso es pura fantasía.
¡Cuidémonos de los que aspiran a un Continente libre de insurgencias armadas, pero no de bases militares estadounidense ni Estados represivos y opresores!

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