Cúcuta, Colombia. Los colombianos deportados o que abandonaron Venezuela para no correr esa suerte sueñan con recuperar su escaso patrimonio que quedó en el vecino país e incluso muchos se niegan a ir a los albergues oficiales con la esperanza de cruzar en algún momento la frontera para recoger poco a poco sus pertenencias.
lgunas familias instaladas en La Playa, una pequeña y pobre comunidad situada a orillas del río Táchira y que por esta época ha cambiado el paso informal de mercancías entre ambos países por el reparto de ayuda ofrecida por particulares a estas personas, viven con esa esperanza.
Las calles polvorientas de esa comunidad han empezado a llenarse de plásticos que cubren precarias estructuras de maderas cruzadas donde pernoctan hombres y mujeres deseosos de volver a sus casas para recuperar los bienes que dejaron atrás hace ya 19 días.
Pese a que en Cúcuta, capital del departamento de Norte de Santander, y la vecina Villa del Rosario las autoridades han habilitado albergues con tiendas y ayuda para estas familias, algunos prefieren permanecer en La Playa, a escasos metros del paso hacia Venezuela que permanece cerrado desde el pasado 19 de agosto.
“No me voy al albergue porque después no puedo salir y necesito mis cosas”, dijo a Efe un joven de 20 años que se abstuvo de dar su nombre y que aseguró que ya encontró una habitación para mudarse junto a su esposa.
A unos metros están en una tienda de campaña Ketty, su esposo Wilmer, cuatro niños, su amiga Jenny, su madre y su suegra, que llegaron de Venezuela apenas con lo que tenían encima.
“Esperando a sacar las cositas”, argumentó Ketty sobre su decisión de permanecer en esa zona, aunque aseguró que las abuelas y las niñas pernoctan en una iglesia evangélica.
Oriundos de Sincelejo, capital del departamento caribeño de Sucre, en el norte de Colombia, aseguran que llegaron a Venezuela a trabajar y obligados por la mala “situación” económica.
“Nosotros somos una familia buena, no de plata, pero sí familia trabajadora y honrada, porque a nosotros no nos acostumbraron a nada malo”, se defiende Ketty ante las acusaciones de paramilitarismo del Gobierno venezolano y lamenta que su pequeña hija fuera también sacada de ese país a pesar de haber nacido allí.
Indica que, hace ocho años, cuando llegó a Venezuela, la comida era “mucho más barata” y lo mismo los servicios públicos, pero ahora la “situación está mala”, añade. Jenny relata, por su parte, que a su casa en el estado venezolano de Táchira, los soldados entraron “tumbando la puerta».
Allá “quedó la cama, quedó la nevera, quedó la estufa, los trastes de cocina”, asegura Alcira, de 61 años, que recuerda que en su casa no dejaba de ganarse “la platica”, pues además de coser por encargo, vendía productos cosméticos por catálogo y comidas.
A La Playa llegaron ayer domingo, entre nubes de polvo que se levantaban por la brisa que hacía llevadero el calor, ciudadanos cargados de productos de aseo o alimentos.