Colonias productivas

Colonias productivas

PEDRO GIL ITURBIDES
Este es el momento. Si la imaginación es rica pero sobre todo positiva, la desgracia puede volverse oportunidad para un futuro mejor. Hace tiempo que las poblaciones rurales debieron tener las facilidades mínimas del urbanismo. Si hubiésemos provisto esas características a esas poblaciones, el éxodo habría sido menor. Y las masivas ocupaciones de riberas de cañadas, arroyos y ríos no se hubieran producido en las condiciones en que las hemos vivido.

Pero al campo lo olvidamos hace tiempo. Y preteridos sus habitantes, quisieron recordarnos que estaban presentes en la geografía y las estadísticas del país. Y abandonando los lugares que les fueron propios, llegaron para ocupar los sitios citadinos, o cercanos a las ciudades, de donde los arrancaron los ríos. Este es el momento de revertir la situación mediante acciones de política pública que reivindiquen al campo dominicano y a sus habitantes. La tarea pública debe comenzar por las raíces.

En el área del suroeste ubicada entre Quijá Quieta y Jaquimelles se encuentran rastros de antiguos cursos de agua secos por los cambios de la Naturaleza. Algunas transformaciones son propias de la metamorfosis a que estamos sometidos. Otras, y tal vez las que tuvieron efectos motores, fueron generadas por la intervención humana en el desarrollo de esa Naturaleza. En esa zona, cuya tipificación orográfica es montesina, se encuentran cálidos valles, estrechos sin duda, aunque sujetos de reconstrucción ecosistémica.

¿Qué ocurriría si el Yaque del Sur es desviado en la ruta que sigue hacia la bahía de Barahona en el mar Caribe, y es reconducido por aquellos cursos de agua? Sus aguas infiltrarían estos suelos secos y agostados, que, a no dudarlo, revivirían. Precisan, empero, de la mano humana que antes cortó de ellos los guayacanes, juanprimero, y otras especies arbóreas endémicas de la región. Por supuesto, no puede nadie ignorar que ésta es zona de vida seca, pues todas las referencias que se tienen de los tiempos del descubrimiento lo atestiguan.

Mas tampoco podemos cerrar los ojos y decirnos que son tierras que no tienen remedio. El primero de sus remedios es revitalizar esos cursos de agua que a simple vista se pintan por los pedernales y otros elementos de la corteza, y la conformación del terreno que retrata lechos de agua. El segundo de los remedios es volverlas tierras productivas, no para sembrar arroz y habichuelas, pues son suelos sin capa vegetal. Son aptos, en cambio, para que sobre ellos renazcan las especies que los españoles encontraron en ellas, y que estuvimos cortando todavía hasta los tiempos de la reconquista.

La escasa vegetación que ha vencido su agreste condición habla de las posibilidades que ofrece el área. La historia nos dice el resto. Póngase pues, mano a la obra, construyendo una infraestructura atractiva a los seres humanos que se presten a su reubicación. Cuando sueño con el potencial de esas y otras tierras “que no sirven para nada” en el país, pienso en Las Caobas. Este modelo levantado por Joaquín Balaguer a principios del decenio de 1970, no se ha repetido. Pero en él hallamos la típica formulación urbanística para reconducir la irregular ocupación de terrenos.

Por supuesto, no es un modelo para discursos. Es un modelo que, tal vez, requiera menos rapacidad y mayor dedicación a la búsqueda del bien común. Pero es una obra que puede ejecutarse si tan solo se quiere volverla parte de las ejecutorias del Gobierno Dominicano.

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