Coltrane y la innovación en política

Coltrane y la innovación en política

John Coltrane fue uno de los más revolucionarios músicos del siglo XX. Para un músico negro en los Estados Unidos, revolucionar la música equivale a ser revolucionario en términos políticos. Ser negro en Estados Unidos ya te hace ser radical, y más cuando ese negro transforma algún elemento de la cultura. Su obra artística transformó las convenciones técnicas y estéticas de la cultura estadounidense y universal de entonces, y eso lo hizo un actor político. Se involucró en las luchas por los derechos civiles de los afroamericanos en los Estados Unidos en la década de 1960, pero su verdadero carácter revolucionario se lo adjudicó su triple condición: negro, genio y jazzista (género musical excluido del estigma social por parte de la cultura dominante).

Leroi Jones, uno de los más lúcidos críticos de Jazz, resume así la revolución de Coltrane en el Jazz: “la reacción de Coltrane ante el aporreo constante de los acordes y la estática[…] fue siempre tratar de tocar casi todas las notas del acorde por separado, al igual que los armónicos que se producían… Era como si quisiera arrancar esa melodía y tocar los acordes como si cada uno fuera un reto improvisatorio en sí mismo. Y si bien esto era algo maravilloso de ver y de escuchar, también daba bastante miedo: era como ver a un hombre adulto aprendiendo a hablar… y creo que era justamente eso lo que estaba pasando”. Coltrane era un radical en su política jazzística y llevó a cabo sus innovaciones con la pasión de un bluesman, como un saxofón soplado con la esperanza de mover farallones si era necesario. A través del nocturno y zigzagueante sonido que introdujo su nueva arquitectura compositiva e interpretativa, Coltrane hizo historia, es decir, hizo política, y redimió de la ignorancia, de la supremacía blanca y de la indignidad, formas de ser de la condición humana y de la experiencia afroamericana en particular, otrora desfiguradas, exceptuadas o deshonradas.

Las mismas expectativas de cambios esperaron muchos con la llegada de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos. Apenas asumir su primer mandato, hasta la Academia Nobel le concedió un premio de la Paz por adelantado, para constreñirlo moralmente a no hacer la guerra como su predecesor. Nada más lejos de lo ocurrido: la tortura como principio de Estado ha continuado; Guantánamo permanece, así como un montón de guerras por doquier; la pobreza y la inequidad escandalosas son cada vez mayores en una sociedad fundamentalmente injusta, obsesionada con pistolas y metralletas que se disparan contra escuelas y plazas públicas. El primer presidente no blanco en Estados Unidos dirige el gobierno con más deportaciones de inmigrantes en toda la historia de ese país. Con Obama mucho se derrumbó. No sirvió llevar por nombre Barack, no valió provenir de un padre africano ni de una madre soltera. Al final, ha prevalecido el Obama de CNN, el egresado de Harvard, ese comerciante, parecido al que una vez Malcolm X denunció como “café con leche”: que al integrarse con demasiada leche, termina no siendo café, y que en lugar de despertarte, te pone a dormir.

La frustración de la traición no se limita a Obama. François Hollande, un presidente elegido para desarrollar un programa de gobierno socialista en Francia, prefirió callar ante injusticias como la de Gaza, aliarse a los mandos oligarcas de facto y a sus conservadores dictados, y dirigir una política económica en detrimento de la clase trabajadora. ¿Resultado? Un desastre nacional, tanto en la gestión de la cosa pública como en la decepción generada en muchos que han ido a poblar las filas de la extrema derecha.

Nadie mejor que Cornel West, prominente intelectual afroamericano, quien hizo el siguiente balance de la Era Obama, aplicable a todos esos líderes que optan por gobernar para las élites de siempre y no para los pueblos que los eligen para que las cosas cambien: “Terminamos con una presidencia Wall Street, una presidencia de drones, de seguridad nacional, terminamos con una versión negra de Clinton. Otro oportunista, otro neoliberal oportunista. Es triste. Estuvimos buscando un John Coltrane y obtuvimos un Kenny G mestizo”. Cualquier coincidencia con República Dominicana es puro parecido.

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