Comentario Editorial

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El costo real de un fracaso en Doha
La ronda Doha de conversaciones sobre comercio ha sido declarada en crisis tanto tiempo, que a los observadores ocasionales se les puede perdonar que pierdan interés. También parece que las compañías que tendrían que estar impulsándola han extraviado su atención en otras cosas. Sin una presión de los negocios, los políticos tienen que defender un acuerdo en términos más amplios que unas pocas tarifas a los vehículos por aquí, o los subsidios al azúcar por allá. La Organización Mundial de Comercio es uno de los pocos órganos multilaterales que exige un amplio respaldo. Una ronda débil o fallida debilitaría su credibilidad.

El debate obtuso en las conversaciones confirma que fue un error táctico designar con el apelativo de “desarrollo” a la ronda. Doha, iniciada en 2001, trató de recuperar a los países en desarrollo y organizaciones no gubernamentales, después del fracaso simbólico de la reunión de la OMC en Seattle, en 1999. Los países ricos querían demostrar que su respuesta a los sucesos del 11 de septiembre implica no solo atacar a los gobiernos que patrocinan el terrorismo, sino también la pobreza que lo alimenta.

Sin embargo, el título oculta una diferencia significativa entre dos ideas superficialmente similares: una precisa de que los países pobres se benefician con la integración en una economía global; y una errónea de que las reglas de comercio y los subsidios agrícolas son su obstáculo mayor. La consiguiente subida de África hasta el tope de la agenda de desarrollo confirmó esto. Los recortes en las tarifas y los subsidios agrícolas beneficiarán principalmente a unos pocos mercados emergentes, grandes exportadores agrícolas como Brasil y Argentina. Según algunos estimados, el África-Subsahariana, que tiene mayor acceso a los mercados occidentales del que puede utilizar, realmente saldrá perdiendo.

El sello “ronda de desarrollo” también creó confusión al permitir a los gobiernos replantear sus intereses. Estados Unidos dice con precisión que las mayores reducciones de la pobreza vendrían de las profundas reducciones en las tarifas agrícolas que desean muchos agricultores norteamericanos. La Unión Europea, también con exactitud, dice que esas reducciones, que tienen la oposición de los agricultores europeos, pudieran dañar países muy pobres. Y muchos países pobres definen una ronda del desarrollo como la que los exonera de reducir por sí mismos las tarifas, una idea popular entre las ONG, pero no entre la mayoría de los economistas del comercio.

El sello “desarrollo” también parece haber determinado que algunos empresarios de los sectores de la manufactura y los servicios cabildearan intensamente. Muchos ven la ronda como una discusión estrecha sobre agricultura.

Y por eso la ronda se paraliza. Pocos miembros de la OMC sufrirían enormemente si las ofertas limitadas que están actualmente sobre la mesa se hubieran perdido. Los países en desarrollo más pobres notarían pocos cambios. La Unión Europea y EEUU pudieran retirarse contando solo pocas bajas para los contribuyentes norteamericanos y los consumidores europeos, que se verían obligados a continuar subsidiando a sus agricultores no rentables.

La víctima principal de una ronda débil o fallida sería el mismo multilateralismo. Aunque los países deberían liberalizar el comercio de manera unilateral, muchos no lo hacen. Las conversaciones de la OMC son una tejedora que une miles de hebras mercantilistas en un tapiz de libre comercio. Sin ese entramado, los intereses de exportación de los países ricos crearán un enredo de tratados regionales y bilaterales.

Ya hemos tenido visiones de un mundo de las negociaciones de la OMC, en los acuerdos bilaterales recientes firmados por EEUU y otros países, y no resulta agradable. Los países en desarrollo se verán forzados a acuerdos de un solo lado, con compromisos como la protección rígida a los derechos de propiedad intelectual y límites a los controles de capital que tienen poco que ver con el comercio.

Fue precisamente ese tipo de problemas “más allá de la frontera” en particular, las reglas sobre las inversiones extranjeras y la ley de competencia- que se sacaron de Doha para lograr que los países en desarrollo subieran abordo. Como foro de negociaciones, la OMC puede que se enfrente a una elección desagradable entre re-admitir temas rechazados por gran parte de la membresía o derivar apaciblemente hacia la irrelevancia, como los intereses que se buscan bilateralmente.

Estamos en el momento en que los presidentes, comisarios y primeros ministros deben mirar más allá de los electorados internos. Si les preocupa su legado, tienen que correr el riesgo de avanzar en el comercio libre multilateral. Le viene bien a muchos intereses a corto plazo de muchas compañías y agricultores que la ronda logre poco, o fracase. Pero no va en  beneficio a largo plazo del país que la OMC pierda credibilidad.

Después del 11 de septiembre de 2001, los líderes mundiales dijeron que querían que el mundo se uniera, no que se dividiera más. La ronda Doha es la oportunidad que tienen para demostrarlo.

VERSION: IVAN PEREZ CARRION

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