Comer en la oscuridad, una nueva experiencia
para los sentidos en París

Comer en la oscuridad, una nueva experiencia <BR>para los sentidos en París

POR HANNS-JOCHEN KAFFSACK
PARÍS (dpa).- Está muy oscuro. Negro. No se ven los dedos delante de los ojos. Tony, que es ciego, tomó al cliente algo nervioso de la mano, porque como camarero conoce bien el camino. Debieron pasar tres gruesos cortinajes para salir del mundo de la luz y entrar en la oscuridad del comedor del restaurante parisino “Dans le noir?” (¿En la oscuridad?).

Hay oscuridad total. No brilla nada que pueda ayudar al ojo a acostumbrarse.

En el bar del restaurante aún había luz, aunque bastante difusa. En un compartimento, el cliente debió guardar todo lo que pudiera salvarlo de las tinieblas: un teléfono móvil con luz intermitente, un mechero y también su reloj con manecillas fosforescentes. Luego, le dejaron unos minutos para elegir lo que comerá. Lo mejor, el “menu surprise”, la comida sorpresa, porque añade elementos a la aventura.

Una vez arribado a la mesa, el cliente es consciente de la dimensión de la ceguera. Las manos tantean en la oscuridad en busca de la copa y los cubiertos, miden el tamaño de la mesa y llegan hasta el pan colocado en un canasto. Ya está mínimamente orientado, aun cuando los ojos abiertos no pueden ver absolutamente nada. Tony indica amablemente dónde está la botella de vino, para que no se caiga al suelo en un descuido. Mientras los dedos se arriman a la copa, los oídos prestan más atención de la habitual a las conversaciones del entorno. “Ya le coloqué el primer plato”, dice Tony.

En base al modelo del restaurante de Zúrich “Die blinde Kuh” (La vaca ciega), que a su vez inspiró el local “Unsicht-Bar” de la ciudad alemana de Colonia, en París se abrió hace poco el “Dans le noir?”. En la estrecha Rue Quimcampoix, no muy lejos del Centro Pompidou, videntes y no videntes comparten una experiencia única.

La Asociación Paul Guinot, una de las más antiguas en Francia que se ocupan de los ciegos, está detrás de este experimento. “Queremos construir un puente de comunicación entre videntes y no videntes”, explica Frabrice Roszczka, responsable del proyecto. Un experto en marketing y un ex empleado bancario le dan el respaldo necesario.

Los siete empleados ciegos colocan cada noche hasta 55 cubiertos. Más adelante, la cifra de puestos de trabajo para no videntes será de entre 12 y 15. Ser “guía” para personas con visión normal despierta el orgullo en Tony: “Puedo demostrar lo que sé. Existe un lugar para nosotros en la sociedad, pero debemos derribar las barreras de todos los prejuicios”.

Fue preparado para este trabajo en el centro de formación de la Asociación Guinot. Allí también se le transmitió al joven camarero un poco de filosofía: “Aquí nadie se puede burlar de la imagen de alguna vecina de mesa”.

La verdad es que no. Además, hay cuestiones vitales con las que luchar: El tenedor llegó ya tres veces vacío hasta la boca, y la vecina invisible busca riendo el cuchillo debajo de la mesa. Comenzó la batalla con el primer plato. La idea es evitar usar los dedos. La entrada mediterránea no está mal. El cliente reconoce berenjenas estofadas con tomate, pimientos y albahaca.

“¿Qué pidió para comer?”, pregunta de repente un joven vecino, estudiante de la Universidad de Nanterre, lógicamente sin el acostumbrado contacto visual. ¿A quién le habrá hecho la pregunta? Su novia vuelve a reírse. Como se demuestra, también esta pareja optó por el menú sorpresa y se divierte tratando de identificar los ingredientes. Les gusta el juego de hacer trabajar al paladar. Y de vez en cuándo parece ser que se encuentran sus manos en el canasto de los panes.

“¿Puedo traer el plato principal?”. Tony vuelve a aparecer y pregunta qué tal lleva el cliente lo de la oscuridad. Cuando un cliente no se atreve a servirse vino, lo asume él con gusto. “Seguramente le llama la atención que la gente hable más fuerte ni bien deja de ver”, dice el joven camarero y coloca al cliente un plato delante de las narices. El plato, por suerte, tiene una cierta profundidad, de manera que no caiga tan rápidamente su contenido sobre el mantel. “Esto no es salmón”, dice la vecina tras probar el primer bocado. “No”, responde su novio. “Esto debe ser atún”.

Mientras tanto, dos parejas toman asiento en otra mesa contigua. Es increíble lo rápido que los oídos alertas detectan ahora ese tipo de cosas. “Acá realmente se puede empinar el codo sin que nadie se de cuenta”, es el primer comentario. Claro que tampoco es tan fácil dejar de lado todas las convenciones sociales. Los estudiantes tortolitos se cuidan de mantener en ciertos límites su susurro amoroso, sabiendo lo rápido que aprenden los demás a desarrollar el sentido del oído.

Cuando vuelve Tony, el cliente le dice que el pescado realmente estaba exquisito, aun cuando la búsqueda de la sal y la pimienta resultó infructuosa. Además, ¿cómo se distingue la sal de la pimienta? Anne-Marie di Lorenzo es la jefa de cocina. Se alegra por los elogios. “Queremos desarrollar el sentido del gusto, porque la vista suele decidir demasiado por nosotros”, explica.

A más tardar con el postre, uno empieza a perder un poco la compostura. Puede que no sea muy higiénico comer con los dedos, pero es efectivo. Y es la única manera de comer el budín con albaricoques (damascos) dada la escasa experiencia con esto de cenar a oscuras. Después de todo, nadie ve nada. Claro que al mismo tiempo crece el respeto del cliente por el arte de los no videntes en esto de moverse en la vida cotidiana.

En la oscuridad, también aparece el humor negro. Con lo que aquí ahorran en electricidad, la cuenta podría ser algo menor, comenta alguien. El menú sorpresa cuesta 35 euros (43 dólares), y comer a la carta 37 euros (45 dólares). A ello se suman los diez euros (12 dólares) del vino. Pero eso se ve sólo cuando uno regresa al implacable mundo de la luz.

Para volver hasta allí, hay que contar otra vez con Tony. Los estudiantes prefieren tomarse el café en la barra, de manera que el camarero tiene una larga cola de gente que de la mano busca salir de las tinieblas. “Deben acostumbrar la vista muy despacio a la luz”, aconseja. Con la claridad, se acaba la aventura. Atrás quedó una noche para experimentar los sentidos, que requiere comprensión por los demás, pero también estimula la fantasía.

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