Los jóvenes crecen todo el tiempo, pero durante el año escolar ese crecer se intensifica. Igual sucede en el Evangelio de hoy (Mateo 16, 21 – 27). Jesús iba formando a sus discípulos, pero hubo un momento en que les explicó claramente, cómo en Jerusalén iba a padecer el rechazo de las autoridades y cómo sería ejecutado. También les expresó su confianza en la lealtad del Padre más fuerte que la muerte.
Ante esa declaración, Pedro se lo llevó aparte y lo increpó: ¡Que no te pase nada de eso! Entonces Jesús le dio uno de los mayores boches en los Evangelios: “Quítate de mi vista Satanás, que me haces tropezar; ¡tú piensas como los hombres, no como Dios!”. Y apuntó, “El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.
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Los jóvenes de hoy son más sinceros que aquellos de los años sesenta. Aman la sencillez, la naturaleza y la música. Todo lo hacen en bandadas, como si fueran los gorriones dueños de dos almendros en el Campus Santo Domingo de la PUCMM. Ahora picotean en chercha sobre las mesas, luego saltan a unas ramas y discuten ruidosos y sin reloj, sus experiencias y planes.
Pero a muchos jóvenes y adultos les falta la seriedad para aceptar los sacrificios que conllevan sus proyectos. Andan buscando la varita mágica para graduarse sin estudiar o enriquecerse a vapor. Cherchan durante semanas y luego quieren embotellarse cada materia en una amanecida, la víspera del final.
Estudiantes y adultos necesitamos la verdad: este país sólo saldrá de su pobreza echándonos al hombro cada día la cruz del trabajo, el orden, la justicia, la convivencia responsable, la participación ciudadana, y las decisiones acertadas, fruto de competencias adquiridas con estudio, risas, sangre, sudor y lágrimas.