Tenemos que volver al pasado, recordar los tiempos vividos en el amanecer de nuestros años. ¡Ay, si pudiéramos volver a vivir aquellos años atados al futuro!
Seriamos como dioses griegos cuyas leyendas supimos valorar, y hoy día revivimos en momentos de nuestra soledad apacible, dueña de aquellos días vividos con emoción y ricos de ensueños juveniles, que todavía nos hacen recordar amigos admirados por sus bondades o aquellos repudiados por serviles, sumisos al dictador de treinta años, quienes sobrevivieron la tiranía, para seguir vendiendo sus servicios.
Ahora, la vida es otra, queremos una nación ordenada, justa y progresista.
Si logramos estos propósitos, tendremos una vejez muy ilimitable, con hijos y nietos muy felices.
De lo contrario seguiremos montados sobre una nueva dictadura, como aquella que combatimos en nuestra adolescencia inspirados por Duarte, sus principios y su idea de constitución.
Si queremos felicidad, hay que unirse en un solo principio, porque Duarte y Luperón viven aún, a pesar de los atropellos presentes.