Cómo constituir un régimen dictatorial

Cómo constituir un régimen dictatorial

Se le atribuye a Herodes El Grande, Rey de Judea (73-4 a.c.) haber expresado “si quieres perpetuarte en el poder hazte inmensamente rico y lleva el pueblo a la miseria”. Siendo todavía un niño escuchaba incesantemente estas sentenciosas palabras en boca de un enardecido tío en plena era de Trujillo. De aquel monarca judío, absoluto, receloso y cruel, aunque abanderado del “progreso” (modernizó las ciudades de su reina y reedificó el templo de Jerusalén), no resultaba nada extraño haberse promovido con semejantes términos.

Con un antecedente tan remoto como el precitado, parecería impensable que a más de dos siglos de distancia en el tiempo surgiera alguna posibilidad de que se reeditara una situación similar. Pero decía Marx, y tenía razón, que la historia siempre se repite, unas veces como tragedia, y otras como comedia, de modo que para construir un régimen despótico en este siglo XXI, resulta necesario tomar como punto de partida, la existencia real de una estructura socio-política que presente todas las características de Estado parcelado por la incidencia de variados intereses grupales y personales (de índole política, social, o del crimen organizado), para impulsar la necesidad de reunificar y concentrar en su seno a todos los poderes del Estado, incluyendo a los denominados “Poderes fácticos” (“el Dictador moderno” a que hacía alusión recientemente el reconocido escritor y columnista estadounidense, Daniel Lansberg).

En este momentun es que comienza la acción que ha de ponerse en práctica, mediante el empleo desembozado del dinero con fines estrictamente proselitistas. Ahora bien, esto solo se logra con las técnicas apropiadas y siguiendo un rigor metódico y sistemático.

Se trata de una fórmula tan ingeniosa como perversa, lo que en biología se le conoce como el “cultivo axémico”, que consiste en reunir en un solo organismo a todas las células u organismos extraños (mutatis mutandi, el partido único u omnipotente).

Claro que esto no podría lograrse sin el accionar de un perfecto engranaje que vaya amalgamando los más variados elementos: en el encendido mismo, hacer abstracción total a parcial de la Constitución y las leyes; el desorden generalizado, o como dicen algunos, un “desorden organizado”, que reclame el recurso de la mano dura; una demagógica y engañosa explotación de la pobreza, el analfabetismo y la incultura de gran parte de la población para formar un ejército numerosísimo de desempleados y parásitos sociales que vivan y estén subordinados al Estado, mediante actos de “caridad” y falsas promesas de redención (este ingrediente populista es de vital importancia a los efectos deseados); la ausencia total de escrúpulos o sentimentalismos; el contubernio o la acción para hacer compromisarios a importantes sectores socialmente influyentes, del proyecto perseguido, mediante el otorgamiento de prebendas, concesiones, exenciones y canongías de todo tipo; el control de los medios de comunicación y de los comunicadores, utilizando los mismos métodos de conquista y “persuasión”. Estos son solo algunos de resortes que hay que manipular para alcanzar, primero, el poder, y posteriormente, el poder absoluto.

Esta “epopeya”: en cualquier época pretérita, solo se alcanzaba mediante el uso de la fuerza, ahora, en nuestros tiempos, se precisa de algunos ajustes técnicos en la maquinaria del ejercicio del poder, con el empleo del chantaje emocional, por un lado, y de una propaganda Goebbeliana sobre el colectivo (la magia comunicacional que arteramente montara Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda del Tercer Reich, para su Führer, Adolfo Hitler, a los fines de que la estructura del poder concentrado se mantenga efectivamente funcional).

Hay que evitar, por supuesto, caer en los excesos, para estar a tono con el tiempo presente, que para eso existe el Populismo (el “pan y el circo” moderno), material al uso tanto en los regímenes dictatoriales (Perón en Argentina, Paz Estesoro en Bolivia, Getúlio Vargas en Brazil, Balaguer en nuestro país, etc.), como en los regímenes democráticos (Roosevelt, en los Estados Unidos, Rómulo Betancourt en Venezuela, entre otros). De modo que, hay que olvidarse de cualquier parecido con Trujillo, Hitler, Mussolini, o la “asamblea de tiranos”, a que hacía alusión Voltaire, en su famoso Diccionario Filosófico, que por demás es una figura estigmatizada y desacreditada.

Hay que procurar que los elementos enumerados con carácter puramente enunciativo estén en su sitio y funcionando normalmente, con el beneplácito de la comunidad internacional, que tan maleable y receptiva puede ser en esos casos. Cabe destacar, como colofón, algo que debe tenerse presente, y es que Latinoamérica corre pareja y está signada por la simultaneidad de sus procesos políticos históricos, desde las guerras de independencia. De ahí que el surgimiento de los regímenes caudillescos, así como la de los dictadores se da en la misma época; igual ocurre, con la aparición de los golpes de Estado, las dictaduras militares y las aperturas democráticas.

Ahora se habla de una corriente acerca de lo que parece una tendencia que apunta hacia “el dictador moderno” y se señalan cuatro países de la región, incluyendo el nuestro, que aparentemente están siguiendo esa proclividad, que viene a propósito con el tema planteado en este artículo. Aquí están expuestas a gran des rasgos las líneas maestras, el manual, que deberá seguirse para imponer semejante proyecto, haciendo deliberada abstracción de las excepcionales condiciones del líder capaz de ejecutarlas. 

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