Cómo el PLD entregó el gobierno y cómo lo recibirá

Cómo el PLD entregó el gobierno y cómo lo recibirá

POR RAMÓN NÚÑEZ RAMÍREZ
Cuando el doctor Leonel Fernández culminó el período el 16 de agosto del 2000 entregó al Agrónomo Hipólito Mejía una economía que en ese primer semestre estaba creciendo a un ritmo de 10.8%, con una tasa de cambio que en promedio había aumentado 3% cada año y con un índice de precios al consumidor menor a dos dígitos.

La combinación de políticas monetarias y fiscales racionales, bajo nivel de endeudamiento externo, transmisión de confianza y seguridad a los agentes económicos permitió al gobierno del Dr. Leonel Fernández mantener y apuntalar la estabilidad macroeconómica, lograda gracias a las reformas luego de la crisis del 1990-1991, pudiendo en esos cuatro años alcanzar los mayores niveles de crecimiento del PIB en todo el continente y una mejoría sustancial en todos los indicadores sociales.

Esa administración no estuvo exenta del posible impacto de eventos externos como la crisis Asiática del 1997 y los contagios en América Latina a Brasil, Argentina y Uruguay. En el último año el gobierno enfrentó el alza internacional del petróleo, atado de manos por un congreso perredeista que se negó aprobar la ley de hidrocarburos, sin embargo, ante la imposibilidad política de incrementar los precios internos, compensaron los problemas en el área fiscal con una política monetaria restrictiva que permitió mantener estable la tasa de cambio y la inflación.

El sistema eléctrico, gracias a la capitalización había superado tres décadas de apagones por insuficiencia de generación, aunque problemas modulares gravitaban sobre la industria como contratos amarrados, los IPP»»»»S, heredados de los gobiernos del Dr. Balaguer, la incapacidad de las distribuidoras privadas para captar nuevos clientes y en la última etapa el alza internacional de los precios del petróleo.

En el estrecho marco de un artículo no cabrían el detalle de otros logros como las construcciones viales que mejoraron sustancialmente el flujo vehicular en la capital, el moderno y barato transporte colectivo, introducción de las computadoras en la enseñanza pública y otras trascendentales en el ámbito institucional como la desarrabalización de las oficinas públicas, un brillante desempeño en la política exterior y el rescate del prestigio del ministerio público.

La administración perredeista del Agrónomo Mejía heredó el mejor de los escenarios, pero se dedicaron a desacreditar los logros anteriores, sembrando las primeras dudas en los agentes económicos, implementaron una reforma tributaria incompleta e inoportuna, que provocó un frenazo en el crecimiento en el 2001, pero luego se enfrentaron a un moderado choque externo, fruto de la desaceleración mundial y del 11-s, en vez de mantener prudencia fiscal y monetaria, como era aconsejable en una economía pequeña y abierta, incrementaron el gasto, tomaron cuanto financiamiento caro ofrecían a la República, acudieron a una primera emisión de bonos para una cantidad de proyectos de dudosa rentabilidad financiera y una segunda emisión para pagar deuda externa y liberar pesos para seguir financiando el elevado nivel de gasto. El equilibrio macroeconómico a romperse y para septiembre del 2002 la tasa de cambio estaba creciendo un 6% acercándose velozmente al 20×1.

Rota la confianza en la conducción económica y en la fortaleza de la moneda la fuga de capitales se incrementó, quedando perfectamente retratada en la partida «errores y omisiones» de la Balanza de Pagos por un monto récord de US$854.5 millones de dólares a septiembre del 2002, justo en ese escenario los rumores provocados por el «pepe-gate» aceleraron los retiros en Baninter, situación en la cual las autoridades, sin percatarse de lo que ocurría a lo interno de ese banco, otorgaron más de cinco mil millones en adelantos y redescuentos sin intervenirla. La tapa al pomo se la pusieron con una intervención tardía y la entrega de los recursos a todos los depositantes, reales o virtuales, pequeños y grandes, especialmente menos de un centenar de figuras influyentes en violación de la Ley Monetaria. La forma como se afrontaron los problemas de Baninter y ciertas travesuras en los casos de Bancrédito y Mercantil constituye el peor error de esta administración, causante de una hemorragia monetaria superior a los RD$110 mil millones, parcialmente neutralizados con RD$89 mil millones en certificados y un déficit cuasi-fiscal de 24 mil millones solo para este año.

Los errores no se limitan a las áreas fiscales y monetarias, en el sector eléctrico el pecado original fueron los acuerdos de Madrid, a continuación la devaluación y los precios altos del petróleo dieron el tiro de gracia a un esquema de capitalización que finalmente sucumbió en la parte de la distribución con la compra de los apagones a UNION FENOSA en una negociación sospechosa de dolo, hasta llegar a la situación actual del colapso definitivo por el pésimo manejo gubernamental de la crisis.

A todas esas hazañas hay que agregar el incumplimiento en dos ocasiones de los acuerdos con el FMI, la pérdida de calificación en los mercados financieros y el deterioro en servicios básicos como el transporte público, los hospitales y ahora la escasez en los combustibles.

En apenas cuatro años la economía dominicana pasó del milagro al desastre y ese es el trágico balance de una administración que con un poco de cordura, racionalidad e inteligencia pudo preservar adecuados niveles de crecimiento y estabilidad que nos hubieran evitado este retroceso y aumento de la pobreza.

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