Dos días antes del 27 de febrero, fecha de nuestra Independencia Nacional o Separación de Haití y nacimiento de la nueva República de Duarte y sus trinitarios, un reportero amigo de un prestigioso noticiero me abordó llamándome por teléfono a mi oficina queriendo conocer mi opinión inmediatamente después de que el Señor Presidente presentara ante el Congreso Nacional su discurso de rendición de cuentas de la gestión administrativa de gobierno conforme al mandato de la Constitución. A pesar de su insistencia, tuve que declinar su amable invitación. Hube de confesarle que había perdido el habito de escuchar ese tipo de discurso hace tiempo, siendo, por lo general, demasiado largo, demagógico y parcializado como es natural aunque ilustrativo, tan bien redactado y estructurado que uno, escuchándolo, se siente tentado de aplaudir cada estrofa junto con los funcionarios y legisladores que le acompañan y hasta pasarse al otro lado, tan convencido queda de que aún tan malo y errático como pudiera ser cualquier gobierno, solo las buenas obras realizadas y otras proyectadas serán convincentemente resaltadas, como era de esperarse. Un excelente discurso.
En la actual coyuntura política que confronta el país, el Señor Presidente y su gobierno, que evidencia una notable pérdida de confianza y simpatía, el Presidente Medina y sus asesores tenían que sacar de abajo. Había dado la callada por respuesta y promulgado decretos insustanciales para salir del paso, respondiendo a su idiosincrasia de hombre que no se inmuta ni se adelanta a los acontecimientos, más bien los madura hasta el olvido. Ahora con la presión social que se le viene encima en su alocución estaba forzado a no rehuir el desafío. Y dio buenos batazos. Habló elocuentemente, largo y tendido tendiendo un suave colchón de logros al referirse al envidiable crecimiento económico, el impulso de todos los sectores productivos, la cuantía de empleos generados, de viviendas y carreteras, la política de protección del medio ambiente y del agua, la ampliación del crédito agropecuario, los aumentos salariales de la policía y hasta de un plan de seguridad social contra la ola de criminalidad y violencia, lo que amortiguaría, con otras sanas medidas anunciadas, lo que llamó por su nombre el justo clamor popular que ha arrastrado el escandaloso escándalo de ODEBRECHT a nivel internacional y puesto en jaque a su gobierno que no puede desligarse de ese y otros tantos casos del mismo tenor: corrupción e impunidad, acunados por evidente involucramiento de personajes de las altas esferas políticas del gobierno.
Como buen torero, con suma maestría, da pases e inserta la estocada final al toro. Dice y confiesa identificarse plenamente y apoyar como demócrata convencido el reclamo de la ciudadanía que se manifiesta con firmeza en la marcha del 22 de enero y las miles de firmas del Libro Verde, pidiendo castigo ejemplar para los corruptos “caiga quien caiga” y, emulando al Prof. Juan Bosch que sí pasó la prueba de la palabra al hecho, así lo promete, mientras sea Presidente dijo, como fiel discípulo y al igual que Duarte que solo pensaba en la causa de su honor y en el bienestar de la Patria. ¡Que así sea!