PÁVEL ISA-CONTRERAS
Quienes sostienen que estaremos mejor con el TLC que sin él tienen una opinión respetable, pero ella no tiene suficiente fundamento empírico; parecen más motivados por temores al aislamiento (no totalmente fundamentados) que por una convicción de sus bondades. La verdad es que el texto del acuerdo no da para mucho más. Sin embargo, hay que reconocer que quienes hemos sostenido posiciones críticas frente a la adhesión a este acuerdo lo hemos hecho sólo a partir de opiniones bien sustentadas y no de sólidas evaluaciones empíricas, y hemos ofrecido pocas alternativas viables frente al ultimátum. El hecho no es fortuito.

Por una parte, para el país, las alternativas de participar en bloques de negociación fueron abortadas. Por otra parte, hay una dramática ausencia de estudios que evalúen los potenciales impactos del TLC, iniciativa que debió haber sido tomada cuando empezó la aventura, tal como sugirieron técnicos del gobierno, pero que la irresponsabildad y la ignorancia impidieron. Estamos a ciegas y solos.

Pero, ¿cómo evaluar un TLC? ¿Cómo determinar si es bueno y qué tan bueno, o si es malo y qué tanto? El Paradigma de Desarrollo Humano ofrece criterios juiciosos para evaluar cualquier política a partir de tres valores centrales: eficiencia, equidad y libertad. El desarrollo humano se preguntaría si el TLC promueve la eficiencia, es decir, si contribuye al crecimiento económico, a producir más con menos recursos. También se pregunta si promueve la equidad, es decir a una mejor distribución de la riqueza entre ricos y pobres, entre zonas rurales y urbanas, entre hombres y mujeres, entre jóvenes y viejos, entre ésta y generaciones futuras. Finalmente se pregunta si el TLC contribuiría a reducir la pobreza extrema, una de las mayores privaciones a la libertad que conocemos.

Desafortunadamente las respuestas no son contundentes. Existe evidencia de que la adhesión al DR-CAFTA podría proteger más de 20 mil empleos en el sector de confecciones de zonas francas, empleos que podrían perderse debido a la competencia de Asia en el mercado de los EEUU. También sospechamos que otros empleos de exportación podrían sufrir de no contar con las preferencias actuales de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe, la cual expira en septiembre de 2008 y que podría no ser renovada. El TLC extendería esos beneficios. Sin embargo, tememos que se podría perder muchos empleos en sectores agrícolas sensibles, particularmente debido a la competencia desleal producto de los subsidios en los EEUU. También se podrían malograr empleos y riquezas en la manufactura. En síntesis, sólo conocemos que el TLC tendría efectos contradictorios sobre el crecimiento y la eficiencia pero no sabemos con certeza si los negativos pesan más que los positivos o al revés.

También sospechamos que el TLC podría contribuir a amortiguar la caída del ingreso en las zonas urbanas vía el empleo de zonas francas, pero tememos que extienda la pobreza y la exclusión, especialmente en el campo, profundizando la desigualdad. También sabemos que el TLC implicará un sacrificio fiscal importante, lo que puede comprometer el gasto social, la superación de la pobreza y la equidad, o inducir a imponer cargas fiscales inequitativas. Mientras tanto, no tenemos certezas de que la apertura a las importaciones se traduzca en precios más bajos. En pocas palabras, no sabemos el impacto del TLC en la equidad, la pobreza y el desarrollo humano.

Por sus efectos contradictorios, la decisión de adherirnos o no al TLC es una muy difícil, y pocos hubiesen querido estar en la posición en que estamos. Firmar parece malo y no firmar también. Estamos viviendo dramáticamente los costos de la improvisación y de haber abandonado el multilateralismo. Estamos atrapados y en la oscuridad, y no sabemos cuál de las opciones es peor. Por lo tanto, se impone hacer una evaluación exhaustiva de los potenciales impactos, y empezar a reconstruir las alianzas internacionales y las confianzas perdidas. Lo peor es que el miedo y la ignorancia se impongan.