Es inevitable recordar épocas pasadas, donde los fuegos artificiales, las familias que llegaban del interior, la alegría de ver finalizar un año y recibir el próximo, llenos de esperanzas, eran las características distintivas.
Todo ha cambiado. El mal se ha incrementado. El temor por el constante y cruel irrespeto a la vida gobierna el final del 2012 y el inicio del 2013.
Son días peligrosos. El egoísmo, la avaricia, la soberbia, la ingratitud, el ser implacable, el aborrecer lo bueno, los distinguen.
Solo nos queda una esperanza: volver al principio.
Demos la vuelta y retornemos al tiempo del amor, de la transparencia, del cuidado amigable, de los corazones agradecidos, que amaban lo bueno y desechaban lo malo. Olvidémonos de nosotros mismos y pensemos en los demás.
Volvámonos a Dios y a Su Palabra. Enseñémosla en las escuelas, en los centros de mujeres, en los reformatorios, en las cárceles y en todo lugar de impacto educacional.
Únicamente así los corazones serán transformados y la sociedad será salvada.